BUBONIS

BUBONIS

viernes, 28 de enero de 2011

MADAME BOVARY

Todos los que han paseado por mi blog, anónimos y no anónimos, saben bien que amo las descripciones. Mientras leo este libro, lectura pendiente durante mucho tiempo, me deleito con descripciones maravillosas que trasladan mi mente, mi alma y mis sentidos, a lugares y momentos tan soñados o esperados. Fragmentos de esta obra hermosa iré copiando en mi blog para compartir los viajes de ensueños más bellos. Muchas veces me pregunté si alguna vez estuve allí, en esa época, en estos lugares, con esta gente, no lo sé, quizás sólo sean las ansias de vivir apasionadamente lo que me arma estos pensamientos.
Flaubert, Gustave:  (Ruan, Alta Normandía, 12 de diciembre de 1821 – Croisset, Baja Normandía, 8 de mayo de 1880)
"En las hermosas tardes de verano, a la hora en que las calles tibias están vacías, cuando las criadas juegan al volante en el umbral de las puertas, abría la ventana y se asomaba. El río que hace de este barrio de Rouen como una innoble pequeña Venecia, corría a11á abajo, amarillo, violeta, o azul, entre puentes, y algunos obreros agachados a la orilla se lavaban los brazos en el agua.

Se juega con raquetas, como el tenis, y consiste en lanzar y devolver una pelota ligera de corcho o de madera, provisto de unas plumas en corona.
De lo alto de los desvanes salían unas varas de las que colgaban madejas de algodón puestas a secar al aire. Énfrente, por encima de los tejados, se extendía el cielo abierto y puro, con el sol rojizo del ocaso. ¡Qué bien se debía de estar allí! ¡Qué frescor bajo el bosque de hayas! Y el muchacho abría las ventanas de la nariz para aspirar los buenos olores del campo, que no llegaban hasta él."
...
 
"Ya había ce­sado de llover; comenzaba a apuntar el día y en las ramas de los manzanos sin hojas unos pájaros se mantenían inmóviles, erizando sus plumitas al viento frío de la mañana. El campo llano se extendía hasta perderse de vista y los pequeños grupos de árboles en torno a las granjas formaban, a intervalos aleja­dos, unas manchas de un violeta oscuro sobre aquella gran superficie gris que se perdía en el horizonte en el tono mortecino del cielo. "
...
 
"En las cuadras, por en­cima de las puertas abiertas, se veían grandes caballos de la­branza comiendo tranquilamente en pesebres nuevos. A lo lar­go de las instalaciones se extendía un estercolero, de donde as­cendía un vaho, y en el que entre las gallinas y los pavos pico­teaban cinco o seis pavos reales, lujo de los corrales del País de Caux. El corral era largo, el granero era alto, de paredes lisas como la mano. Debajo del cobertizo había dos grandes carros y cuatro arados, con sus látigos, sus colleras, sus aparejos com­pletos cuyos vellones de lana azul se ensuciaban con el fino polvo que caía de los graneros. El corral iba ascendiendo, plantado de árboles simétricamente espaciados, y cerca de la charca se oía el alegre graznido de un rebaño de gansos. Una mujer joven, en bata de merino azul adornada con tres volan­tes, vino a la puerta a recibir al señor Bovary y le llevó a la co­cina, donde ardía un buen fuego, a cuyo alrededor, en ollitas de tamaño desigual, hervía el almuerzo de los jornaleros. En el interior de la chimenea había ropas húmedas puestas a secar. La paleta, las tenazas y el tubo del fuelle, todo ello de propor­ciones colosales, brillaban corno acero pulido, mientras que a lo largo de las paredes se reflejaba de manera desigual la clara llama del hogar junto con los primeros resplandores del sol que entraba por los cristales."
...

"La señorita Rouault no se divertía nada en el campo, sobre todo ahora que tenía a su cargo ella sola los trabajos de la granja. Como la sala estaba fresca, tiritaba mientras comía, lo cual descubría un poco sus labios carnosos, que tenía la costumbre de morderse en sus momentos de silencio.

Llevaba un cuello vuelto blanco. Sus cabellos, cuyos bandós negros parecían cada uno de una sola pieza de lisos que estaban, se separaban por una raya fina que se hundía ligeramente siguiendo la curva del cráneo, y dejando ver apenas el lóbulo de la oreja, iban a recogerse por detrás en un moño abundante, con un movimiento ondulado hacia las sienes que el médico rural observó entonces por primera vez en su vida. Sus pómulos eran rosados. Llevaba, como un hombre, sujetos entre los dos botones de su corpiño, unos lentes de concha."
...

"Ella le acompañaba siempre hasta el primer peldaño de la escalinata. Hasta que no le traín el caballo, esperaba a11í. Como ya se habían despedido, no se hablaban más; el aire libre la en­volvía arremolinando los finos cabellos locuelos de su nuca o agitándole sobre la cadera las cintas del delantal que se enros­caban como gallardetes. Una vez, en época de deshielo, la cor­teza de los árboles chorreaba en el corral, la nieve se derretía sobre los tejados de los edificios. Emma estaba en el umbral de la puerta; fue a buscar su sombrilla y la abrió. La sombrilla, de seda de cuello de paloma, atravesada por el sol, iluminaba con reflejos móviles la piel blanca de su cara. Ella sonreía debajo del tibio calorcillo y se oían caer sobre el tenso muaré, una a una, las gotas de agua."


Seguirá  más adelante.....

VIVIR CON ALEGRÍA

Un médico examina a un hombre en su agonía. Se vuelve a la mujer y le pregunta: “¿Cuánto tiempo hace que ronca así?”. Y la esposa le responde: “Desde que nos casamos”


El día de tu nacimiento, lloraste mientras que el mundo entero se regocijaba. Vive de manera tal que el día de tu muerte todo el mundo llore mientras tú te regocijas.


Aforismo indio.

ORACIÓN

Señor, dame
la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar,
el coraje de cambiar aquellas que sí puedo,
y la sabiduría para reconocer la diferencia.


ELEGIR TU ACTITUD

“El verdadero problema no es saber si estaremos vivos tras la muerte, sino si estaremos vivos antes de la muerte”.



                                                            Maurice Zundel


jueves, 27 de enero de 2011

I STARTED A JOKE

ESTRELLAS

Y aunque se dio cuenta de que estaba diciendo cosas nuevas, siguió su enorme labor porque ese día Dios estaba muy molesto.


Sintió que estaba guardándose para sí todo lo que sabía –que era todo lo que podía saberse- no tenía a quién contárselo para que lo preservara y lo contara para siempre.

Entonces se dedicó a decir todas las cosas que sabía, y cada vez que decía algo lo guardaba en un estuche azulado de tierra plácida con forma llamativa.

Y a cada estuche le puso luz para que su secreto se viera, y los fue colocando en los lugares más altos del Cielo para que no pasaran inadvertidos.

Cuando terminó levantó la vista y vio que había llenado el Cielo con luces azule que guardaban secretos maravillosos.

Y con la piel erizada por ese espectáculo asombroso, dijo “esas luces parpadearán para que todos las sepan”.

Y las estrellas parpadearon.

                                                                                               V, Génesis
                                                                                                        El Sueño de Dante

miércoles, 26 de enero de 2011

EL IMPACTO DE LA DURA REALIDAD

EL IMPACTO DE LA DURA REALIDAD


“El camino más largo del mundo es el que hay entre la cabeza y el corazón”
                                                                                            Dicho popular

El shock

El tiempo se ha detenido. Presente, pasado y futuro parecen congelados en un suspenso infinito.Te sientes acorralado y acosado por un peligro desconocido y misterioso. Te encierras dentro de ti para protegerte de lo incontrolable. Tus músculos se tensan y se tornan insensibles; no sientes más nada: ni placer, ni pena, ni alegría, ni frustración. Tu aguda inteligencia no parece ya captar la realidad. Tu memoria te juega varias pasadas. Te sorprendes preguntando por tercera vez: “¿Es martes hoy?”
Los gestos cotidianos más sencillos te exigen más energía y te toman más tiempo que de costumbre. La percepción de la realidad te cubre de un velo misterioso.
Debes decirte a ti mismo que estas reacciones son normales en tu situación.
La función de la fase de shock es la de insensibilizar a tu organismo para permitirte usar tus recursos.


La angustia

Puedes sentir angustia.
Tu garganta se cierra; tu pecho se vuelve pesado y tenso; tu respiración se vuelve anhelante; tu corazón late más rápidamente; tienes calor y luego un sudor frío surge sin razón. Te encuentras disperso, sin poder concentrarte en el trabajo. Todas estas reacciones son totalmente normales y pasajeras.
La negación de la realidad y la esperanza de sanar
En medio de esta conmoción interior, puede ocurrir que vivas períodos de negación. De repente, sientes que nada ha cambiado. Te encuentras pensando y hablándote en voz alta.

“No, no es verdad. Es una pesadilla de la cual voy a despertar”.
“Esto a mi edad no es posible”.
”Realmente los médicos se han equivocado. Voy a pedir la opinión de un verdadero especialista”.
“Debe existir una droga milagrosa en alguna parte”.
“Es algo que se arreglará con el tiempo”.
“No es todavía tiempo de morir. ¡Tengo tantos proyectos por terminar!”.

A veces, asombras a todos y a ti mismo, por la calma y la indiferencia con que hablas de tu situación, como si todo este drama le estuviera ocurriendo a un vecino. En tu entorno, se admira la manera de tomar las cosas. Sabes bien, en tu interior, que el fin es inevitable, que llegará algún día, pero una parte tuya no quiere creerlo. Entre tu inteligencia y tu corazón existe un largo camino por recorrer. Ten confianza en la sabiduría de tu organismo: él te protege dándote tiempo para movilizar tus recursos antes de enfrentar gradualmente todas las implicaciones de la enfermedad en tu vida.

La esperanza de sanar


Entre todas tus esperanzas, la más tenaz es aquella de sanar. Es bueno mantenerla, porque ¿quién sabe lo que puede ocurrir? Se sabe de curaciones que la ciencia no ha podido explicar. Por otra parte, queremos aconsejarte que no coloques todas tus energías en esta esperanza. Si no sanases, ¿no sería más prudente prepararte igualmente a enfrentar la incertidumbre del porvenir?
Extraído del libro: “Preparando el adiós. Cómo enfrentar dignamente el fin de la vida”, Enfrentar, cap 2, El impacto de la dura realidad.

                                                        Monbourquette – Lussier-Russell

CHISTES

Del libro de chistes de mi hijo: “Chistes del Pequeño Atorrante”, de Aníbal Litvin y Mario Kostzer

Ringgggggg!!!!.... Ringgggggg.....
- Hola, ¿es el 4, 9,5,2,8,6,7,9?
- Si, no, si, no, no, si, no.....

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Un señor entra a una panadería y pregunta:
-¿Tiene pan dulce?
- ¡Recién acaba de salir!
- Bien, regreso cuando vuelva.

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- Doctor, ¡tengo un complejo de superioridad!
- No se preocupe amigo, lo voy a curar.
- ¡Pero qué me vas a curar vos, SALAME!

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- ¿Sabés adónde van las hormigas después del jardín?
- No
- ¡A la primaria!

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Dos nenes juegan al bascket y uno le dice a otro:
- ¡Estoy en la NBA!
- Yo creo que estás para la NVU.
- ¿NVU?
- Si NVU, ¡no ves una!

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Llamado telefónico:
- Hola, ¿está José María?
-No, está María José
- ¡Qué estúpido, tenía el teléfono al revés!

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Primer acto: Una mona está cruzando la calle.
Segundo acto: Un camión va a toda velocidad.
Tercer acto: El camión atopella a la mona.
¿Cómo se llama la obra?
LA MONA - LISA

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-Hola, ¿con el cuartel de bomberos?
- Si
- Se me incendia la casa, ¿vienen o voy?
- ¿Cómo si vamos o viene?
- Es que tengo una casa rodante.

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- Antes de que el verdugo ejecute la sentencia, usted puede pedir un último deseo.
- Bien…¡deseo que muera el verdugo!

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- Doctor, llevo dos semanas sin comer ni dormir. ¿Usted qué cree que tengo?
- ¡Hambre y sueño!

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- Papi, papi, ¿estás a favor del desarme?
- Claro, hijo.
- ¡Qué bueno, porque desarmé tu computadora!

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- ¡Samuelito! ¿Cómo podés ser tan malo? ¡No le tires la cola al gato!
- Pero si es él el que tira… Yo solamente se la sostengo…

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Santiago le pregunta a su amiguita:
- Florencia, estoy enamorado de vos. ¿Qué te parece si cuando seamos grandes nos casamos?
- Me parece que no voy a poder. En mi familia nos casamos entre nosotros: mi abuela con mi abuelo, mi mamá con mi papá…

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Un hombre entra a una almacén. Lo atiende el dueño.
- ¿Qué desea, señor?
- Un kilo de azúcar.
- No tengo.
- ¿Café?
- No tengo.
- ¿Pan?
- No tengo.
- Si no tiene nada, ¿por qué no cierra?
- Porque no tengo candado.

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- Mamá, ¿qué tenés en la panza?
- Un bebé que me regaló papá.
- ¡Papáááá! ¡No le regales más bebés a mamá porque se los come!

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- Mamá, mamá, en el colegio me dicen hijo de vaca.
- Muuuuuuurmuraciones hijo, muuuuuuurmuraciones…..

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- Mamá, ¿puedo tirarme un pedito como el de ayer?
- No, Julián, ¡esperá que cicatricen los puntos!

(Este chiste a tu madre puede parecerle fuerte porque dice “pedito”, pero debés explicarle que el pedito es parte de la vida de un niño)

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Un señor sube al colectivo y le pregunta al chofer:
- Señor, ¿hasta dónde llega este colectivo?
- ¡Hasta la parte de atrás!

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- Estoy contento de que mis padres me hayan puesto de nombre Julián.
- ¿Por?
- Porque toda la gente me llama así.

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- Oye, Manolo, te invito a una fiesta de 15 años.
- Bueno, pero yo a los tres meses me vuelvo.

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lunes, 24 de enero de 2011

LÁGRIMAS

Ese profundo celeste que puso por encima con la mano derecha era el Cielo. Y levantó Dios la mirada y se extasió y hubo lágrimas de amor en sus ojos.


Y lloró.

Nunca sabremos qué pensó para llorar cuando vio el Cielo; tal vez recordó su temible falta de recuerdos y no lloró por una vieja memoria sino por no tener memorias viejas.

Pero aquí se detuvo y pasó al segundo día.

Y no durmió porque el Cielo era hermoso.

                                                                                       IV, Génesis
                                                            Daniel Herrenford, El Sueño de Dante

TU VOZ QUERIDA

Dos abuelos. Ya hacía mucho tiempo que estaban juntos. Los hijos se habían ido de casa y quedaban ellos. Quizás con un cariño más quieto., pero probado por los años. Un lindo cariño.



Pero vieron cómo sucede: puede que sobrevenga una palabra demás o tal vez una falta de atención. La cuestión que, yo no sé qué pasó esa mañana, hubo un cruce de palabras medio fuerte. Se ofendieron uno al otro y recurrieron al expediente más sencillo: ¡muzzarella! Callados.


Él, tano medio calentón, más bien rápido de saltar. Ella: nórdica, serena, pero una vez que clavaba el colmillo, hasta el final del surco no lo levantaba. La mañana: en silencio. Almorzaron, mirando a Garabal, pero en silencio los dos.


Mate a la tarde, también en silencio. Llegó la noche y el abuelo estaba patilludo de tanto silencio. Pero ninguno de los dos era de aflojar.


-¿Por qué tengo que ser siempre yo la que tiene que aflojar? ¡Qué afloje él de una vez!


-Si yo tengo razón ¿por qué voy a aflojar?


Esto pensaba cada uno para consigo mismo.


Llegó la noche. Se fueron a acostar en silencio. El abuelo ya estaba cansado de tanto silencio. Entonces se le ocurrió una idea. Abrió un cajón, de esos cajones de antes, de la cómoda, cajones que había que abrirlos con las dos manos.


Comenzó a buscar entre la ropa que estaba toda apiladita. Tomó la ropa, sacó el otro y empezó a revolver. Claro, al tercer cajón, la abuela no aguantó más y le dijo:


-¿Se puede saber qué diablos estás buscando?


Y él la miró con cariño y le dijo:


-Si, ya la encontré. ¡Tu voz, querida!

                                                                   Mamerto Menapace

LOVE OF MY LIFE

INOCENCIA

El cristal despedazado es otra vez la copa vieja.
El ave lateral vuela hacia atrás y es el gorrión que era.
El agua se levanta y en la ceniza gris hay llamas.

El cielo desnublado recupera la lluvia,
Y el muerto se intercala en el mundo por la grieta
que trazó un descuidado.
La mano desclava el oxidado puñal
y César es.

Recuperados por el pasado, los libros regresan a Alejandría.

Es la absolución pretérita,
la de Caín milagrosamente puro otra vez
por la magia de la piedra que vuelve,
de la frente ya íntegra de Abel resucitado.

También el desamor, el agrio desamor de triza
y me quieres de nuevo.

Libro: “El sueño de Dante”, de Daniel Herrendorf

PONER AL DÍA TUS RELACIONES ÍNTIMAS

Muchos testigos que han asistido a personas al final de sus vidas, llaman a la intimidad vivida en los momentos de gran sufrimiento “la inefable y misteriosa presencia de Dios”. ¿Te sientes tú capaz de reconocer esta presencia?


Andrés y Diana son amigos desde hace mucho tiempo. En el comienzo de la grave enfermedad de Andrés, establecen un pacto de sinceridad muy simple: Diana se compromete a visitar a Andrés, precisando claramente cuando podrá hacerlo. En momentos críticos, dejará que Andrés la llame para reunirse con él. Este, por su parte, se compromete a llamar a Diana por teléfono todas las veces que tenga necesidad de hablar y de decirle qué cosas lo ayudan y qué cosas le molestan. Luego de una visita de Diana, Andrés se siente agotado y con sueño; al mismo tiempo, siente la necesidad de la presencia de su amiga. “Deseo que te quedes”, le dice, “aún cuando no tengo energías para charlar”. Recogida, en silencio, Diana contempla a su amigo dormir. A veces, Andrés se despierta: se sonríen, sintiéndose unidos en un movimiento de comunión y conscientes del misterio de la presencia de Dios. Para Diana, estos momentos de comunión en silencio se convirtieron en un recuerdo inolvidable que fue un consuelo tras la muerte de Andrés.


Del libro: “Preparando el adiós, Cómo enfrentar dignamente el fin de la vida”, Cap. Vivir, Poner al día tus relaciones íntimas, de Jean Monbourquette y Denise Lussier – Russell

domingo, 23 de enero de 2011

JULIO CÉSAR

Del libro: “El Sueño de Dante”, de Daniel Herrendorf


                                                             … el beso de Caifás, el falso beso…
                                                      Oscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading


Una vez más, la verdad llegaba a mi vida demasiado tarde.

Como una obcecación sólida que se esconde – lejos de mí pero en alguna parte – para dominarme intensamente, sé que algo se empecina en borrarme la sonrisa de la cara con lentas bofetadas.

Espero un final, pero no sé qué debería terminar.

¿El Imperio o yo?

Para otro comienzo habría que tenerle al mundo una confianza que el mundo no se ha ganado.

¿Qué abstracción puede ser ambiciosa?

Yo, que creí que descifraba el universo, volví vertiginosamente al lugar de los desamparados.

En el horizonte está el puñal brutal.

Bruto se aproxima para besarme.

El próximo paso es no darlo.

viernes, 21 de enero de 2011

TESTAMENTO ESPIRITUAL

Del libro: “Preparando el adiós, Cómo enfrentar dignamente el fin de la vida” , de Jean Monbourquette y Denise Lussier – Russell. Cap. 23: Hacer tu Testamento Espiritual.


¡Oh! Querría que se escriban mis palabras esculpidas en la roca para siempre.
                                                                                                                      Job

Presentación
Hay distintas formas de “dejar huellas” después de tu muerte. Muchos de tus logros van a perpetuar tu memoria. Una forma de dejar huellas es: hacer tu testamento espiritual.

Es simplemente una forma de hacer participar a los tuyos en la sabiduría acumulada durante tu vida.
Lo que ahora eres lo debes en parte a las personas que has frecuentado en el curso de tu vida. Cada uno a su manera te ha aportado una pequeña o gran parte de su filosofía de vida. Esta sabiduría recogida te ha ayudado y te ayuda a vivir y a crecer, y te sostiene en los momentos difíciles.
¿Tienes deseos de participar lo que consideres esencial en la vida, con aquellos que amas?

Reflexión

El Testamento Espiritual de un Luchador de Québec

Jean Rougeau, luchador de Québec, murió como consecuencia de un cáncer en mayo de 1983. Al recibir la medalla Bene Merenti de Patria, expresó el sentido prfundo de su vida en estos términos:
“Tengo el corazón grande de alegría… Si supieran qué placer me da verlos a mi alrededor… Cuando miro la vida desde el lugar en que me encuentro ahora, veo con mucha claridad que la única cosa verdaderamente real es el amor. El amor que se recibe, por supuesto, pero más aún es el amor que se da. Nunca he valorado tanto como ahora los sentimientos que experimento por mis seres más cercanos. Y además, no puedo dejar de pensar que, si concibiéramos la vida, cuando la poseemos en plenitud, con el ánimo que tenemos cuando estamos por dejarla, nos daríamos rápidamente cuenta de que, en el fondo, el único comienzo de solución a todos nuestros problemas es el amor.
Y, cualquiera que sea su filosofía de vida, les pido que no se sonrían cuando agrego… el amor de Dios. Se los digo muy simplemente, porque es la verdad: es mi fe en Dios la que me ha permitido librar casi ante los ojos de ustedes mi último combate: el más largo y el más duro, porque debo librarlo sólo contra un adversario que siempre gana…”.

El Testamento Espiritual de una Madre
(de Suzanne Charest)

“Con las cualidades y los límites propios, he intentado hacerte crecer; tu intentarás por tu parte hacer crecer a otros. El Señor tiene una “idea” para ti. Él te prepara para un proyecto único que tú sólo podrás realizar, porque sólo tú tienes las cualidades y los límites necesarios para llegar a buen fin. La experiencia de tu separación de mí, que vives ahora, forma parte de la preparación necesaria para la realización de este proyecto, y tú tienes en ti mismo toda la fuerza, toda la energía necesaria para pasar a través de esto y sacar de ello provecho. La fe nos dice que cada hecho vivido es un mensaje de Dios, que busca por todos los medios comunicarse con nosotros; cada acontecimiento aporta una fuerza momentánea para vivirlo y comprender su mensaje.
Mi presencia en el corazón del Padre te mantendrá siempre unido a Él, cualesquiera sean las etapas felices que atravieses. Te deseo toda la savia de la Iglesia; ¡qué tu contacto con la comunidad que te rodea sea para ti fuerza y aliento!
Cuando a ti también te llegue tu última hora, si tus certezas se derrumban, apóyate bien fuerte en mi amor por ti, en las certezas que fueron mías, y verás cómo será más dulce hacer el pasaje.
Qué el Sol, dinamismo de Vida, guíe tus pasos”
                                                                                                     Mamá
                                                                                                 (Charest 1987: 164 – 166)

martes, 18 de enero de 2011

ATMOSFEAR

Es un juego realmente sorprendente y que da miedo. Es muy entretenido.

HUMOR

El médico se acerca con aire grave al lecho de su paciente y le dice:
-"Es mi deber advertirle que tiene una enfermedad muy seria, que lo llevará a la muerte en un futuro cercano. ¿Desearía usted habrar con alguna persona?"
 El paciente deja escapar un leve murmullo. El médico se inclina entonces sobre él, le repite la pregunta y escucha que el paciente le responde:
-"¡Si, con otro médico!"

Del libro: "Preparando el adiós, Cómo enfrentar dignamente el fin de la vida"; Cap. 1, Enfrentar: Invitación al viaje, de Jean Monbourquette y Denise Lussier - Russell

lunes, 17 de enero de 2011

AL DIOS DE LOS VIVOS

Dios de los vivos, dame la gracia y el coraje
de nunca renunciar o volverme pasivo,
ni ante la vida ni ante los acontecimientos,
ni ante los desalientos temporales,
ni aún ante mi muerte.
Dame en cambio el coraje
de transformar todo,
a ejemplo de tu Hijo Jesús,
en gesto de libertad, en acto de vida,
en ofrenda de amor.

Del libro "Preparando el adiós, Cómo enfrentar dignamente el fin de la vida", Cap. 1, Enfrentar: Invitación al viaje


de Jean Monbourquette y Denise Lussier - Russell

DESPERTAME A LAS CUATRO MENOS CUARTO

De Mamerto Menapace, del libro "Cuento con Ustedes"
Este libro es otro que acabo de leer y del cual rescato varios cuentos. Este me lleva a lo cotidiano, a la falta de diálogo entre las personas y también al no ser tenida en cuenta. Sólo con la voluntad de querer lograrlo se llegaría a buenos frutos.
El DIÁLOGO.
Dialogar cuando todo va lindo, cuando todo va bien es una cosa muy fácil. Es agradable. Pero dialogar en los momentos en que ha habido un cortocircuito, a veces cuesta. Y está el peligro de manejarse con frases secas, o por ahí con cartelitos.
Fíjense lo que le pasó a un amigo mío.
Mundial de fútbol. Partido importantísimo. Domingo a las cuatro de la tarde. Hombre de oficina acostumbrado a no almorzar nunca, una de las debilidades era, los domingos, compartir un asadito, unos ravioles hechos por la nona y dos vasitos de vino tinto para completar el asunto. Y después una buena siesta, de esas de pijama y Padrenuestro. Total, no hay exigencias por la tarde.
No van a creer, justo ese día se le descompuso el despertador.
No quería perder la siestita. Eran las dos de la tarde. Tampoco quería perderse el partido de fútbol de las 4 de la tarde.
Lo lógico era decirle a la señora:
-Mirá flaca, despertame a las cuatro menos cuarto.-
Pero se habían medio disgustado. Silencio de los dos. Y no fue capaz de decirle:
- Perdoname, flaca... despertame a las cuatro menos cuarto.
¡NO! Lo escribió en un papel y lo colocó con uno de esos imanes en la heladera. Fue, se acostó en la cama, corrió la cortina, se sacó las alpargatas. Y se durmió, che, como expediente de jubilación. Cuando se quiso acordar eran las seis de la tarde.
Se despertó sobresaltado cuando se dio cuenta que había dormido mucho.
Miró el reloj, eran las seis...
¡Pucha! - dijo- la flaca me falló.
Miró mejor y al lado del reloj había un cartelito que decía:
¡DESPERTATE! Son las cuatro menos cuarto.
Es el peligro de manejarse con cartelitos cuando la vecindad es muy inmediata. Yo creo que a veces el que tiene razón tiene que usarla.
Yo les pediría que todos ustedes sea que estén solos o en familia, que no me den la razón. Usen la de ustedes. Es mucho más importante para mí.

Mamerto Menapace (Malabrigo, región del Chaco santafesino, hoy norte de la provincia de Santa Fe, 24 de enero de 1942 - ) es un monje y escritor argentino.

Hijo de María Josefina, noveno de trece hermanos, monje benedictino del monasterio Santa María de Los Toldos desde el año 1952. Desde marzo de 1962 a diciembre de 1965 realizó sus estudios de teología en Chile, en el monasterio benedictino de Las Condes, donde fue ordenado diácono por el cardenal Silva Enríquez, en 1966, fue elegido superior en septiembre de 1974, en agosto de 1980 es bendecido como primer abad de su comunidad de Los Toldos por el cardenal Eduardo Pironio.
Es escritor de cuentos, poesías, ensayos bíblicos, narraciones, reflexiones. Se inspira un tanto en el Cura Brochero. Publica en la Editora Patria Grande desde 1976. Ha editado numerosos libros muy famosos en el ámbito de la Iglesia católica en Argentina y también en el extranjero. Fue ordenado sacerdote el 4 de diciembre de 1966. Ha publicado más de cuarenta libros con temas que van desde el encuentro con Dios al crecimiento en la fe.

jueves, 13 de enero de 2011

DESDE EL MAR

Aquí, desde la pasividad de las olas y la bruma marina, casi termino de leer el segundo libro que me traje para mis reflexiones personales y porqué no para mi esparcimiento.
El libro se llama "El sueño del Dante", uno de sus capítulos, Desde el Mar, sentí la necesidad de compartirlo. No creí que este tipo de lectura me gustaría tanto, algo surrealista, nuevo, raro...

Desde el mar
el crepúsculo es un rostro iluminado.

la magia de una noche llena de luna,
el sabor del aire tibio,
el sonido como espumas,
todo to lo llevaste.

me pierdo entre las galerías de este mundo.

a veces soy dios y construyo el universo,
ordeno la lluvias
y laforma de tu cuerpo.

toda la piel hecha ceniza.
toda la luz hecha nostalgia.

en el azul imposible de esta noche
un lazo infinito como la hierba
rodea tu misteriosa soledad.

Me duele tu amor como una herida.

una dulce despedida nos aguarda.
Es una secuencia ilustre,
una promesa cargada de destino.

Alguna de ts smbras regresará por el desierto de mi recorrido.

viernes, 7 de enero de 2011

GOYA

(Francisco José de Goya y Lucientes; Fuendetodos, España, 1746 - Burdeos, Francia, 1828) Pintor y grabador español. Goya fue el artista europeo más importante de su tiempo y el que ejerció mayor influencia en la evolución posterior de la pintura, ya que sus últimas obras se consideran precursoras del impresionismo.
Goya aprendió de su padre el oficio de dorador, pero, decidido a dedicarse a la pintura, se trasladó a Madrid para formarse junto a Francisco Bayeu, con cuya hermana se casó en 1775, año de su establecimiento definitivo en Madrid. Bayeu le proporcionó trabajo en la Real Fábrica de Tapices, para la que realizó sesenta y tres cartones, en su mayor parte con escenas idílicas y de la vida diaria, plasmadas con colores claros y vivos e impregnadas de alegría y romanticismo.
Simultáneamente, Goya empezó a pintar retratos y obras religiosas que le dieron un gran prestigio, hasta el punto de que en 1785 ingresó en la Academia de San Fernando y en 1789 fue nombrado pintor de corte por Carlos IV.
Diez años más tarde, en 1799, pintó para el soberano el famoso retrato La familia de Carlos IV, que se considera una de sus obras maestras. Es un retrato oficial, formal en apariencia, pero en el que el autor se permite cierta ironía al plasmar a los personajes con un realismo crítico.
Goya trabajó como retratista no sólo para la familia real, sino también para la aristocracia madrileña, y de hecho entre estos retratos se encuentran algunas de sus obras más valoradas, como La condesa de Chinchón o las famosas La maja vestida y La maja desnuda; sobre estas últimas dice la leyenda popular que representan a la duquesa de Alba, quien habría mantenido con el artista una relación de tintes escandalosos. En los retratos de Goya destaca, en líneas generales, su atento estudio de las posturas y las expresiones, así como los contrastes de luces y sombras que realzan la figura del protagonista.

La maja desnuda, de Goya

Hacia 1799, el pintor concluyó una de sus grandes series de grabados, Los caprichos, ochenta y dos aguafuertes que constituyen una crítica feroz de la sociedad civil y religiosa de la época. En esta serie aparecen ya algunos personajes extraños y macabros que acabarán protagonizando obras posteriores del maestro. Por esos mismos años, Goya se ocupó de la decoración al fresco de la ermita de San Antonio de la Florida, donde realizó una obra de gran impacto escenográfico.
En 1808, la invasión de España por las tropas napoleónicas colocó al artista en una situación delicada, ya que mantuvo su puesto de pintor de corte con José Bonaparte. Pese a todo, no se privó de plasmar los horrores de la guerra en obras como El 2 de mayo y Los fusilamientos del 3 de mayo, que reflejan los dramáticos acontecimientos de aquellas fechas en Madrid. Además, en los sesenta y seis grabados de Los desastres de la guerra (1810-1814), dio testimonio de las atrocidades cometidas por los dos bandos y acentuó visualmente la crueldad de la guerra como protesta contra ella lanzada a la posteridad desde la impotencia.


Los fusilamientos del 3 de mayo

Por haber trabajado para José Bonaparte, el artista cayó en desgracia tras la restauración de Fernando VII, y en 1815 se retiró de la vida pública. En 1819 experimentó una recaída en la misteriosa enfermedad que en 1792 lo había dejado completamente sordo. Ello, unido a su nueva vida en soledad en la Quinta del Sordo, casa solariega que había comprado poco antes, debió de contribuir a la exacerbación imaginativa de que el artista dio muestras en la decoración de su nueva vivienda: catorce murales de gran tamaño con predominio de los tonos marrones, grises y negros, sobre temas macabros y terroríficos.
Estas obras, conocidas en la actualidad como Pinturas negras, han contribuido con el paso de los años a la consolidación del reconocimiento del genio de Goya, tanto por su originalidad temática como por su técnica pictórica de pincelada amplia y suelta. El pintor se trasladó en 1824 a Burdeos, donde residió hasta su muerte sin dejar de cultivar la pintura y el grabado. La lechera de Burdeos y algunos retratos ilustran la evolución del genio hacia una concepción de los valores plásticos que anuncia el impresionismo. Su obra, fecunda y versátil, de gran libertad técnica y brillantez de ejecución, no ha dejado de acrecentar la importancia de su figura hasta nuestros días.

Biografía dinámica del maestro
Los Fantasmas de Goya, película que refleja la vida del pintor y además todas las cosas que pasaban por su mente a la hora de pintar.


Uno de los pintores que con sólo ver sus obras, se puede observar su estado de ánimo. Nadie interpretó tanto una pintura, a mi juicio, como él.

BERNARDO Y BIANCA - NO LLORES MÁS

jueves, 6 de enero de 2011

MOON RIVER - RÍO DE LUNA

Barbra Streisand (Otra versión de la ya publicada)


Río de luna, más de una milla de ancho

Te voy a cruzar a la moda algún día,
Viejo creador de sueños,
Destrozador de corazones ...
Adondequiera que vayas,
Yo sigo tu camino.

Dos vagabundos, para ver el mundo
Hay tanto mundo para ver
Los dos buscamos el mismo arco iris
Que nos aguarda al final de la curva ...
Mi fiel amigo,
El río de luna y yo.

Dos vagabundos, para ver el mundo
Hay tanto mundo para ver
Los dos buscamos el mismo arco iris
Que nos aguarda al final de la curva ...
Mi fiel amigo,
El río de luna y yo.

miércoles, 5 de enero de 2011

AMOR DE HOMBRE

Ay amor de hombre,
que estás haciéndome llorar una vez más

sombra lunar que me hiela la piel al pasar,
que se enreda en mis dedos,
me abraza en su risa,
me llena de miedo.
Ay amor de hombre que estás llegando
y ya te vas otra vez más.
Juego de azar que me obliga a perder o ganar,
que se mete en mis sueños,
gigante, pequeño de versos extraños.
Amor, amor de hombre,
puñal que corta mi puñal,
amor mortal te quiero,
no preguntes porqué ni porqué no,
te estoy hablando yo,
te quiero porque quiere querete el corazón
no encuentro otra razón.
Canto de gorrión que pasea por mi mente
anda, ríndete si me estás queriendo tanto.
Ay amor de hombre,
que estás haciéndome reir una vez más
nube de gas que me empuja a subir más y más
que me aleja del suelo,
me clava en el cielo con una palabra.
Amor, amor de hombre
 azucar blanca, negra, salamor vital,
te quiero, no preguntes porqué ni porqué no,
te estoy hablando yo,
te quiero porque quiere querete el corazón
no encuentro otra razón.
Canto de gorrión que pasea por mi mente
anda, ríndete si me estás queriendo tanto.

Fuente: musica.com
                                                                     Mocedades


CORAJE

"El ser humano que se levanta, aún es más grande que el que no ha caído"

Concepción Arenal

lunes, 3 de enero de 2011

EL HOMBRE DE SU VIDA

Relato de viaje

Por Vlady Kociancich
Para LA NACION, publicado el 31 de diciembre de 2010

Conocí a Federica Schiavi (el nombre es falso) en uno de los tantos congresos de literatura que giran por el mundo, a mediados de un otoño del 2003. La Schiavi pertenecía a la delegación de académicos italianos e investigaba sobre escritoras de América latina. Era abierta, cálida, una mujer de esa juventud hoy imprecisa que oscila entre los dieciocho y los veinticinco, y cuando se acercó para hablarme al cierre de un debate, la confundí con una estudiante del público, tan ligero era su paso, tan fresca su sonrisa.
La conversación fue espontánea y reveladora de coincidencias más bien obvias: propios o ajenos, los libros nos llevaban de viaje, de ciudad a ciudad, de país a país, en flashes intermitentes de encuentros literarios, donde sitios y amigos hechos en una semana de contacto se pierden en el vuelo de regreso. Quizá por la impresión de ser una partícula fugaz en un caleidoscopio de personas, alguna noche, al cabo de una cena y unas copas de vino, surgen las palabras más íntimas. Algo de la patria lejana, de la familia allá, de los hijos si hay hijos. Y fue en una de esas noches que me enteré, sorprendida, de que la casi adolescente Federica Schiavi hacía rato que había pasado los treinta y ya cargaba dos divorcios. Más sorprendida aún, oí la explicación de sus matrimonios fracasados: "Buscaba al hombre de mi vida, lo encontré en Egipto y lo perdí por tonta".
Hubo un par de razones para que de vuelta en Buenos Aires yo no olvidara esa confesión sentimental y novelesca. Una era el correo electrónico, que desde Milán me traía noticias de Federica Schiavi, con posdatas que iban agregando detalles a su tragedia amorosa en la insistencia de quien por pudor o timidez no se atreve a contarla a alguien cercano. La segunda razón fue la nostalgia. Tiempo atrás me habían invitado a dar una charla en la Universidad de El Cairo y, como ella, había hecho el famoso tour por el Nilo. De modo que en esas posdatas no sólo leía el itinerario donde Federica había encontrado y perdido a un hombre, sino una suerte de reconstrucción del mío, editado por otra escritura, melancólica y bastante sombría.
Desde el primer momento, el viaje de Federica se había impregnado de zozobra. Para llegar a Lúxor, el sitio de partida del crucero, debió tomar el único vuelo disponible. A las cuatro de la mañana. Era noche cerrada cuando salió del hotel y más cerrada aún en el aeropuerto. Un escuálido grupo de pasajeros aguardaba con ella, todos hombres que evitaban mirar a la única mujer sentada en una butaca de plástico. La rodeaba un murmullo soñoliento de voces árabes. Soldados de uniforme blanco vigilaban las puertas de entrada y de salida, y también eran militares el par de empleados del check-in que no parecían saber más que unas pocas frases en inglés. Federica recordó el asesinato de turistas en Lúxor, una noticia vieja pero que había dado vuelta el guante de la hospitalidad tradicional de Egipto, mostrando un revés de tensión y desconfianza. Aunque los viajes la habían acostumbrado a las sorpresas, sintió miedo, no de un ataque terrorista, sino de andar sola, de no hablar el idioma, de estar desamparada, en suma. Extrañó a los colegas de los que se había despedido, se arrepintió de la excursión y estuvo a punto de volverse al hotel. No lo hizo. Subió al avión. Menos por un impulso de coraje que por abandonarse al desorden de la fatalidad, intuido en las calles de El Cairo. Aquel crucero estaba marcado de antes, pensó, le quedaba solamente abordarlo. Y esperar.
Esperó sin esperar, mimetizándose con la fe oriental de que hagas lo que hagas tu destino te sucederá. Y entregada a la corriente de la vida, tomó el único taxi destartalado que halló en el aeroparque de Lúxor, dio al chofer el papelito con la dirección escrita en árabe, se dejó llevar a oscuras por un sinuoso camino de tierra, y vio, al cabo de una hora, el rojo violento y bellísimo de un amanecer africano.
Federica rememoraba el comienzo de su paseo como postales mágicas de escenas en un film, con ella en la platea. El viejo Lúxor Hotel, donde desayunó con ancianos ingleses, espectros del imperio perdido al que volvían en sus vacaciones; el crucero anclado en el puerto; el precario lujo occidental que se desinflaba en su avance sobre la antigüedad del río, como si un puño de historia milenaria lo fuera apretando hasta sacarle la última gota de impostura; la cubierta con mesas y bebidas una noche en que el resplandor de la luna apenas iluminaba el agua partida en dos por la proa del barco, el rincón en que Federica se había sentado. Desde ahí, a su espalda, oía las risas altas de un grupo de españoles y la conversación imparable de otro grupo de ingleses. Miraba la doble espuma del oleaje, ya deprimida y preguntándose si valía la pena esa aventura de confinamiento solitario, cuando se le aproximó una de las mujeres de la mesa británica. No podían permitir, le dijo sonriendo, en el inglés saltarín de Londres, que estuviera aislada en un lugar lleno de gente. La mujer, rubia, bonita y decidida, rechazó las protestas de Federica sobre no molestarlos y ella aceptó la invitación con agradecimiento. Media hora después, era parte del grupo como si se hubieran embarcado juntos.
"Te ahorro los pormenores de la navegación", me escribió en uno de sus mails . Pero las posdatas se alargaban en descripciones minuciosas. De los templos de Lúxor y Karnak, del Valle de los Reyes, de las caminatas para visitar tumbas de faraones, herméticas en el silencio del vacío como los jeroglíficos. Ni una mención del hombre de su vida. Quizá trataba de olvidarlo recreando una memoria de monumentos y paisajes. Que también se cortó en el transcurso de unos meses. La correspondencia con la Schiavi se hizo espaciada y neutra, de sosas noticias profesionales, hasta que tres años después volvimos a cruzarnos en otro evento literario. Con desconcierto, noté que me esquivaba. Recordé las posdatas y me dije que ése es el precio de las confesiones íntimas: avergonzarse de que las hicimos.
Siempre entristece perder una amistad inteligente por nimiedades que tienen más importancia para el que habla que para el que escucha, pero me pareció normal y ya había eliminado de mi correo a Federica y su romance egipcio cuando me llegó un nuevo mensaje. Asunto: Abu Simbel. Un texto sin saludo ni disculpas. El relato de las circunstancias en que había descubierto al hombre de su vida.
El tramo de Lúxor a Abu Simbel era en avión. Federica, rodeada por el optimismo compacto de los ingleses, se sentía tan segura y alegre como si devuelta a la niñez estuviera en un patio de juegos, divirtiéndose con otros chicos. Esa inocencia se borró en el aeropuerto de Asuán. Los recibió el ejército. Fueron escoltados a unos buses entre los gritos de oficiales que malamente trataban de imponer un orden al caos de turistas. Por suerte, en el ómnibus de Federica iba la inglesa bonita, que la saludó con un gesto de alivio. Atravesaron un páramo de roca y arena, arribaron a otro. Las puertas se abrieron, los soldados vociferaron: ¡Abu Simbel! Aturdidos por el calor, los pasajeros del avión marchaban en hilera, como presos, bajo un sol de justicia. Los detuvo el gentío apiñado contra una barrera de uniformes. Eran turistas de otro vuelo, aguardando el arribo de los guías de civil que los conducirían a los templos.
Había un bazar improvisado junto a la carretera y el oasis de un kiosco donde vendían agua mineral. Muerta de sed, Federica corrió hacia el kiosco, pero el vendedor no la entendía o no quería entenderla, y repetía la palabra dólar moviendo los dedos delante de su cara hasta casi rozarla. De pronto, otra mano la tomó del brazo y la apartó."Déjemelo a mí", dijo en inglés una voz firme. Era un hombre muy alto, bronceado, que sin soltarla se volvió a los que esperaban atrás de Federica, y con el mismo tono de autoridad serena les informó que él se ocuparía. Y compró las bebidas, las pagó, las repartió a cada uno de la fila donde, atraídos por el imán de ese desconocido, también se juntaron los ingleses de Federica.
Dirigidos por él, recorrieron el circuito de estatuas y dioses gigantescos que presidía Ramsés II, el constructor, al modo de un dictador del Tercer Mundo que cuelga su retrato en cada esquina. Era imponente, inhumano casi, el arte de esos templos. Pero Federica no veía más que al hombre que los amparaba de la incompetencia de los guías, alto como Ramsés, mítico en la veneración que despertaba en ella, en el inexpresable dominio de su trato. Supo que se llamaba William en el café del edificio que exhibe el traslado de los templos de Asuán. Durante esa pausa sin él a la vista, un italiano que se presentó a Federica como miembro del grupo de aquel líder dijo: Ah, Will, qué tipo. Y le contó que Will era de Australia, que había hecho una fortuna y que decidió celebrarla llevando a sus amigos de toda la vida y distintos países en un viaje de placer por los sitios turísticos más hermosos del globo. Todo a su cargo, por supuesto. Egipto era sólo una etapa.
La historia, de por sí singular, reforzó el impacto de su enamoramiento con un golpe de gracia: la generosidad. Aunque Federica no podría trazar exactamente los rasgos del australiano, entendió el porqué de la atracción. En el centro de esa generosidad estaba el hombre que ella había soñado. Minutos después, salía del café en su busca, con la alocada idea de pedirle que la incluyera en aquel grupo de amigos trashumantes. No llegó más lejos de la puerta. Consternada, lo divisó a la sombra de las piernas monumentales de Ramsés en su trono de roca. Abrazaba a la inglesa bonita. Federica retrocedió ardiendo de humillación y de vergüenza.
No le costó esconderse entre la muchedumbre, eran tantos. Y la generosidad del hombre lo cercaba con una muralla de consultas. Se vieron por última vez cuando ella estaba subiendo la escalerilla del avión que la regresaría a El Cairo y él esperaba otro transporte en la pista de aterrizaje. Durante un instante, Federica creyó que la miraba con un extraño desconsuelo, como si quisiera detenerla. Apenas un instante de ilusión: ese desconsuelo era el suyo. Que luego se agravó al descubrir a la inglesa bonita sentada del otro lado del pasillo. En un arranque de celos, Federica abrió el bolso, sacó la tarjeta que él le había dado, la destrozó y la tiró, consciente de que con ese acto de furia había roto un mito. El tan antiguo mito que narra que hombres y mujeres fueron en el principio un solo cuerpo que, dividido por los dioses, anhelan reencontrarse con su mitad original.
Un epílogo lastimoso cerraba el texto. Federica culpaba de la fiebre de su pasión al estudio de novelas de amor escritas por mujeres. Naturalmente, me indigné. Pero la notaba tan triste que sólo le pedí que excluyera la literatura argentina de esa venenosa generalización. Me respondió: "Es cierto. Por eso te confié mi historia. Necesitaba la piedad que hay en la ironía".
Dos años más tarde, me invitaron a un simposio en Milán. A Federica le mandé un mail de aviso. Yo tenía pocos conocidos ahí y el correo electrónico nos había hecho muy amigas. Pero se había mudado a Ferrara. ¿No me gustaría conocer su nueva casa?, preguntó. Y ensalzaba la ciudad del gran escritor Giorgio Bassani como si copiara páginas de sus libros, tentándome. Pero fue la posdata lo que me decidió: "Vivo con Will y soy feliz". No explicaba cómo ni dónde se había producido el milagro.
Llovía a mares cuando bajé del tren. Federica debía esperarme en la estación. No la reconocí hasta que la tuve delante y me abrazó. La frágil Schiavi había engordado y una madurez opulenta la envolvía como un traje demasiado amplio para la jovencita de otrora. En la vereda de su casa, un antiguo edificio marrón, me susurró: "Gracias a Internet, el mundo hoy es infinitamente más chico que un pañuelo". Ahí, bajo un paraguas chorreante, oí entera la búsqueda que había emprendido su hombre cuando al término de otros viajes, desolado, comprendió que no podía vivir sin ella. Fue la inglesa bonita, a la que casi abandonada toda esperanza recurrió por mail , la inglesa que se descompuso en el calor de Abu Simbel y que él había atendido fuera del café, quien dio la solución. Guardaba todos los nombres de su grupo, también completo el de Federica, que por su trabajo académico surgió entre los millones de páginas de la Red.
El ascensor de jaula que nos subía al piso de mi amiga era trémulo y lento como el crucero por el Nilo. Sentí que Lúxor, Abu Simbel, el desierto, las noches de increíble esplendor, los días puros de luz, convergían en el mustio ascensor junto con una bochornosa raya de envidia. ¿Quién no ha deseado hallar alguna vez, en el secreto de la imaginación, el Santo Grial de un amor romántico? Al fin iba a conocer al héroe de las posdatas, que literariamente había compartido con Federica Schiavi a través del correo. De mi admiración por el altísimo australiano, protector de mujeres en peligro, guía natural de otros hombres, sólo puedo decir que el enamoramiento es contagioso. Hasta que Federica abrió la puerta.
Quizá fue la lluvia y la opacidad terrosa de Ferrara, pero una sombra oscurecía al señor mayor que se levantó de un sillón, con el Herald Tribune en la mano. No era alto, apenas una cabeza más que Federica, flaco pero no musculoso. Había entradas de calvicie en el pelo rubio y con canas, y nos recibió tímidamente, como inseguro de su cortesía. Sólo en sus ojos, de un azul intenso, pasaba un reflejo del humor y la inteligencia que yo había leído en las posdatas. Tomamos el té. Federica hablaba, él escuchaba, dócil. Habló largamente de Will y de los viajes en que gastó todo su dinero. Pero estaban contentos. Ferrara era más barata que Milán, ella trabajaba en la universidad, Will se ocupaba de la casa.
Mi desilusión, ¿por qué ese fin agrisado y burgués a una historia exótica?, era idéntica al resentimiento del lector si las últimas páginas de un libro desmoronan sus expectativas. Los había imaginado saltando de aventura en aventura, de avión en avión, de barco en barco, eternamente jóvenes y audaces. Me sentí estafada. También mezquina. Caramba, eran seres humanos, no personajes de ficción. ¿No habría reescrito yo los mails de Federica con mi propio deseo de romance, bien oculto bajo nuestra piadosa ironía?
En el momento de irme, como si hubiera escuchado mis pensamientos, Will tomó de un mueble una fotografía enmarcada y me la enseñó. Era del templo de Abu Simbel, ellos posando, Will muy alto y bronceado, Federica esbelta y diminuta. Cuando levanté la vista de la foto, marido y mujer se miraban. Una mirada igual a esa lejana en Lúxor. Los ojos azules del hombre parecían iluminar con una luz directa, como el rayo de sol que a cierta hora entra en el templo de Ramsés, la cara de Federica, que tembló de amor y de confianza, en la gloria de su feminidad.
Hoy, si alguien dice "el hombre de mi vida" o "la mujer de mi vida", ya no pienso en el Nilo y sus misterios, ni en novelas románticas. Pienso en Ferrara bajo la lluvia, en Federica Schiavi, en la astuta modestia con que suelen manifestarse los grandes sueños que se cumplen.

RALLY DAKAR - FOTOS DE ALGUNOS CAMIONES









EL ADIÓS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE EN NUESTRAS VIDAS

El adiós siempre está presente en nuestras vidas.
Es una idea romántica, nostálgica, cruel, melancólica, vengativa... pero, sobre todo, es humana, porque vivir es encuentro y despedida.
Pequeños adioses se pronuncian a menudo cada día, pero un gran adiós se dice pocas veces en la vida. Un adiós definitivo de los que rompen una historia o despiden para siempre, es infrecuente.
Adiós es una palabra antigua, que viene de la expresión medieval " a Dios seas" o "con Dios vayas" y que se dice igual en muchos idiomas.
El adiós es una idea romántica, favorita del cine y la literatura y muy versátil, tan nostálgica como cruel o tan melancólica como vengativa. Pero por encima de todo es profundamente humana, porque vivir es un constante encuentro, pero también es una irremediable despedida. Tarde o temprano hay que decir adiós a trozos de la existencia; a la infancia, al trabajo, quizá a una ciudad, a unos amigos, a una casa. Estas fracturas tienen recambio porque si algo se pierde, un nuevo elemento llega; otra ciudad, otra gente, otra actividad; por eso, seguramente, sean más conmovedores que dolorosas.
Hay, sin embargo, un adiós sin sustitución, huérfano, que no deja sino vacío. Momentos tremendos que suman despedida y valoración al propio tiempo, porque a veces sucede que sólo cuando algo se pierde para siempre es cuando se empieza a querer. ¡Cuánto daño hacen esos adioses! Más daño aún si además son inesperados o sorpresivos y todavía más si no son recíprocos, porque dos no discuten si uno no quiere; pero en el adiós eso no vale, algo se rompe simplemente porque uno quiere, aunque el otro no lo desee.
Con o sin recambio hay que saber decir adiós, y hay quien no acepta esta evidencia, quien desea conservar todo lo que tuvo, quien querría llevar en una mochila vital todo lo que se cruzó en su camino. Ciertas personas guardan objetos mas allá de su valor e incluso de su accesibilidad, cuando el espacio, la mente y la vida son limitados y existe, implacablemente, una censura por saturación. Romper, olvidar, desprenderse, no es siempre malo. Decir adiós es lo más deseable cuando se despide lo que daña, el adiós es feliz si se brinda al analfabetismo, a las enfermedades, a un matrimonio devastador. Ojalá la ciencia despida pronto otras amenazas y los políticos digan como escribió Hemingway, "adiós a las armas".
Mientras tanto, los muchos que han sentido la herida que deja un beso o una carta de despedida han de imaginar que las cicatrices de un adiós también enseñan a vivir

Desconozco el autor

domingo, 2 de enero de 2011

VICTORCITO, EL HOMBRE OBLICUO

Publicado en adn Cultura, Viernes 31 de diciembre de 2010
Diario La Nación
Isidoro Blaisten
 
Gente atravesadaDe chico yo ya pintaba que iba a ser oblicuo. Mi madre, al ver que en vez de mamadera le chupaba siempre el dedo pulgar, decía:


-Este chico va a ser oblicuo.
Y mi madre tenía razón. El pulgar se le había ido desgastando hasta ser una cosa monda y amorfa, el anillo de casamiento, que en aquel entonces se usaba grueso, se fue haciendo cada vez más fino y desbastado, a causa de mis mordiscones o el golpeteo constante de mis labios.
Cuando ya mi madre se quedó sin anillo, tuvieron que poner a la sirvienta para que me corriera el plato de sopa. Primero le pegaba a mi hermanito y alargaron la mesa. No la embocaba nunca en el plato, y la gran mesa de cedro quedó orlada de muescas oblongas, porque la sirvienta tenía que caminar detrás de mí corriéndome el plato, mientras que un hijo natural de la sirvienta, un muchacho de catorce años llamado Manuel, se encargaba de levantarme con la silla para que yo estuviera paralelo a la sopa. Cuando la sirvienta llegó al límite de la mesa, tuvieron que contratar nuevo personal: un enano que con guantes de box paraba mis cucharazos y evitaba que me cayese, y un señor a quien llamaban "el volvedor", que era el encargado de volverme al extremo de la mesa.
Suplantaron a la sirvienta por una cinta sin fin que arrastraba el plato de sopa. Pero yo me debilitaba.
Por fin, un ingeniero italiano, de apellido Martelli, a la sazón amigo de mi padre, inventó para mí el plato imantado, y así pude crecer bastante lozano.
Entré en la adolescencia. La edad del dolor. Porque adolescencia viene del latín "adolescere" que quiere decir dolor. Trato, ex profeso, de evitar mi infancia porque mi infancia era más dolorosa todavía.
Cómo envidiaba a los chicos del arroyo que podían jugar al balero o ir a la calesita. Yo recuerdo que tenía que jugar al balero sin bola. Con el palo únicamente y Manuel a mi lado para dar vuelta la bola, pero con la mano izquierda. La única vez que fui a la calesita, al intentar sacar la sortija, le desprendí un ojo al calesitero. Por suerte, mi padre era amigo del extinto presidente Alvear.
Volviendo a mi adolescencia, mi problema mayúsculo consistía en que escribía en el aire. Un rabino, con esa mentalidad judía propia de la raza, le dijo a mi padre que por más oblicuo que yo fuera, siempre me iba a resultar más fácil aprender a escribir en hebreo o en árabe que de izquierda a derecha. El ingeniero Martelli estuvo de acuerdo y aducía que "mastro" Leonardo (como decía él, me acuerdo perfectamente) era ambidextro y hacía lo que se ha dado en llamar escritura de espejo. De manera que yo escribía únicamente en árabe, pero sólo la mitad. Mi madre (eminentemente práctica) hizo un gran donativo y contrató a un hermano terciario para que completase la parte en blanco.
Para esa época los demonios de la carne me perseguían. Yo había adquirido el feo vicio solitario y me encerraba en el baño. Pero siempre terminaba golpeando la puerta y mi madre gritando desde abajo:
-Victorcito, ¿qué te pasa?
Y corría a salvarme porque creía que me había quedado encerrado.
Más tarde, por ser oblicuo, no pude tener ninguna experiencia amorosa. Si quería besar, o siquiera saludar a una muchacha, siempre, invariablemente, besaba a un viejo que venía atrás, o me golpeaba contra la corteza de los árboles. Mi miembro viril se deshizo contra mil paredes en los lupanares de San Fernando. Una madama me apodó el "rompeveladores" porque en la animalidad carnal, y al tomar impulso en mi frenético deseo, destruía esos artefactos. Mi padre gastó una fortuna en reponerlos.
Pero el sexo me perseguía. Aparte de que en el equipo intercolegial me usaban únicamente para tirar al córner, aparte de que cuando intentaba oprimir el botón de un ascensor prendía las luces, o tocaba los timbres de los departamentos, yo necesitaba casarme.
Mi madre, mediante los hermanos terciarios, consiguió una mujer oblicua como yo. Pero era oblicua para el otro lado. Mi padre tenía sus dudas.
-No importa -dijo mi madre-, Victorcito tiene que casarse.
Y hete aquí cómo me casé con Amelia. A la sazón yo estaba muy excitado y cuando me pongo nervioso me vuelvo más oblicuo aún, razón por la cual no me podía colocar las medias para trasladarme a la iglesia. Ya tenía los talones doloridos de tanto golpeármelos contra el suelo, pese a que hacía harto tiempo que mi madre, aconsejada por los hermanos terciarios, había optado por mandar a fabricarme las medias al revés, y que sólo podía calzármelas en el rincón del dormitorio y que de la casa de al lado (la casa colindante a la nuestra) los vecinos hacía tiempo que se venían quejando de los golpes. Prácticamente me había quedado sin codos, pero la noche de mi casamiento ha quedado grabada en mi retina con caracteres indelebles.
Para ponerme los pantalones del jaquet, rompí el espejo. La camisa fue un drama, puesto que no lograba introducir la mano en la manga y en cambio les daba furibundos golpes a los caireles de la araña. Decidí entonces ubicarme en un ángulo. Forré las dos paredes con los almohadones del living, y por fin pude vestirme la camisa.
Amelita, pues así llamaba mi madre a mi prometida, habrá tenido también sus múltiples problemas, según colegí, pero para el otro lado, pues según ya dije, era también oblicua, pero del lado contrario al mío.
Durante la ceremonia religiosa todo fue plausible aun considerando el grado de nuestra emotividad, pero llegado el momento de colocarnos los anillos y de besarle la mano al obispo, nuestros esponsales pasaron a convertirse en un espectáculo, que todavía se recuerda y se comenta en los anales de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.
Amelita no lograba ensartar la sortija en mi dedo. Se rompió todas las uñas. Las postizas y las otras. Yo le clavaba la yema de mis dedos en el esternón al padrino, como si fuera un moderno golpe de karate.
Todos se levantaron de sus sitios y se arremolinaron alrededor del altar. El organista había cesado de tocar a Bach y bajó a presenciar la escena. Por fin mi madre, práctica como siempre, se acercó ella misma y nos colocó los anillos.
Pero el anillo del obispo no podía ser besado por Amelita. Ella sollozaba y de los nervios le mordía la puntilla de la manga al alto prelado mientras yo, del otro lado, le daba topetazos en el vientre con mi cabeza.
Un monaguillo pelirrojo, con cara de chico del arroyo, le dijo algo al oído al obispo, y éste ordenó quedarnos quietos y apoyó su anillo en nuestras bocas. Por fin la ceremonia terminó. El obispo se retiró dejando una larga cola de encaje y puntillas que le salían de la manga.
Los saludos en el atrio fueron para mí una cosa acostumbrada. Siempre le daba la mano a otro. Al que estaba atrás o al costado. Mucha gente que quedó sin saludar se fue enojada.
Amelita, mientras tanto, con los besos, mordió innumerables cuellos y paspó muchas orejas de señoras. Lo más triste fue que (como ya dejé acotado) Amelita, cuando le venía la desesperación, en vez de besar mordía, le desprendió a una señora un aro florentino del siglo XVI que jamás fue encontrado.
Durante la recepción, Amelita desparramó tres bandejas, a saber: una al darle la mano a mi tío Arnoldo Esteban que a la sazón le iba a tomar la mano para sacarla a bailar el vals. La segunda, cuando con un gesto delicado quiso hacer un arreglo floral en un bouquet de anémonas dispuesto en un potiche, y la tercera cuando quiso rodearle el talle a su amiga del alma Araceli Amarilis, que dos años después perdió la vida al desbarrancarse su landó.
En lo que a mí atañe, en la recepción mi proceder fue sobrio. Salvo que la concurrencia comprendió y nadie se ponía detrás de mí, pues a cada brindis, al intentar beber de una copa, indefectiblemente mojaba a alguien. Este hecho decidió a que en el magín del ingeniero Martelli se gestara la idea de inventar para mí, a posteriori, las botellas con rueditas provistas de un biombo de contención.
Nuestra noche de bodas fue una tragedia. El hecho sexual, en el tálamo nupcial, no se pudo consumar. Poseídos por los demonios de la carne los dos quisimos satisfacer la comunión de los cuerpos. Fue imposible: la suite de nuestro hotel quedó totalmente destrozada. Vuelvo a consignar aquí que Amelita era oblicua para el otro lado. A la postre resolví atar a Amelita. Tras múltiples esfuerzos sacamos el colchón, pusimos el elástico vertical y la até a Amelita con las cortinas de voile.
Conociendo mi lado oblicuo, paré el colchón del lado izquierdo al lado del elástico a guisa de elemento amortiguante. Tomé impulso (como siempre lo hago para ver si la velocidad disminuye mi oblicuidad), pero cuando estaba por llegar, Amelita se corrió por la ley de la inercia para su propio lado oblicuo. Me estrellé contra los listones del elástico. Todavía conservo la gruesa cruz cárdena incrustada en mi frente y de la cual, al mirarla, los hermanos terciarios no dejan de exclamar cada vez que me ven: "Santo, santo, santo".
Ensayamos otras posiciones. Algunas infernales, otras que escapan al pudor. Mas todas resultaron infructuosas. Amelita, desesperada y mordiendo más que nunca, se embarcó a los seis días para el Congo. Partía como misionera.
Yo me quedé solo y más oblicuo que nunca. Solo, no. Sería desconsiderado de mi parte dejar de recordar a Pimpín Allende, Evar Ruiz Erkinsons, Canti Palumbo y Alsacio von Scoranzi, todos bizcos, que ya murieron y que me alentaron en mi desconsuelo. Pero yo estaba más oblicuo que nunca. Un día tomé un colectivo. Lo hice porque me hallaba desasosegado, con la mente obnubilada y víctima del ansia de la autodestrucción. Fue exactamente nueve días después de mis esponsales. Y como nada dictado por la desesperación puede llegar a feliz término, y como el colectivo a la sazón estaba lleno, al intentar sacar el boleto me llevaron preso por homosexual. Mi padre tuvo que recurrir al extinto presidente Alvear para evitar el escándalo. Pero no terminaron acá mis detenciones. Una tarde de 1926, cuando bajaba a Buenos Aires desde la estancia, subí al tren en la estación Laboulaye, y me lo encuentro al Canti Palumbo que venía de Santa María. Al intentar saludarlo, me llevaron preso también, esta vez por punguista, pues había introducido la diestra en el bolsillo interior de un pasajero. Lo recuerdo muy bien. Era un señor de rancho, pamblich y quevedos, medio parecido a Ramón Novarro. Ya en Buenos Aires, la policía no consiguió colocarme las esposas. Permanentemente le golpeaba la barriga al oficial de los bigotitos, muy flaco y ventrudo él. Mi padre, que esta vez no quiso recurrir a su extinto compinche el extinto presidente Alvear, tuvo que gastar una pequeña fortuna a guisa de donativo para la construcción del entonces en ciernes hospital Churruca.
El soplo de la tragedia aleteaba en mi corazón transido. Sólo me restaba la muerte. Preparé mi carta en árabe y me dispuse a suicidarme disparándome un balazo en la sien. El tiro salió por la ventana y mató a una pobre viejecita del arroyo, que a la sazón transitaba por la vereda de enfrente con su humilde canasta para ir al mercado. Fue un gran escándalo que adquirió notoriedad pública, pues dada la prominencia social de mi familia, las clases bajas, las gentes del arroyo y los obreros efectuaron manifestaciones frente a mi casa paterna, donde escribieron con alquitrán en el frontispicio: "Basta oligarcas", "Victorcito Asesino" y "Vengaremos el crimen de la oligarquía".
Me refugié en la estancia. Manuel, el hijo natural de la sirvienta que ya mencioné al principio, y que había sido llevado por mi padre para la mayordomía, hizo lo imposible con su afecto para borrar mi desazón. Clavaba junto al corral un poste pintado de blanco con una sandía en la punta. Yo trataba de enlazarlo y por la izquierda pialaba un potro.
Pero volví de la estancia cada vez más oblicuo. No podía usar sombrero porque cuando me lo sacaba se lo colocaba a otro. Estando sentado no podía ensartar la hebilla de la malla del reloj (que por aquel entonces empezaron a usarse) porque me desabrochaba la bragueta, razón por la cual tenía que hacerlo únicamente de pie y apoyado contra la puerta de la sala de estar.
Los chuscos del arroyo me hacían pullas cuando me veían por la calle. Me habían hecho una cuarteta y me la cantaban como en las carnestolendas:
Victorcito es un torcido
como una teta de vieja
cuando pita del cigarro
se lo enchufa en una oreja.
Recuerdo que, cuando me presentaron al extinto presidente Alvear, éste hizo una chanza al verme: preguntó si para que yo pudiera rascarme la espalda me daban un violín.
Quizás el arte, me dije entonces para mi coleto. Quizás el arte, me repetí, pueda salvarme. El piano lo descarté. Ya de niño, y mientras estudiaba con los hermanos terciarios, había sufrido con el piano un tremendo golpe anímico y somático. El hermano Balvastro me enseñaba el concierto para la mano izquierda de Ravel. A los primeros acordes me faltó el piano. Caí de bruces, y me quedó en la nuca una cicatriz con forma de escapulario. Al verla, los hermanos terciarios exclamaron al unísono: "Santo, santo, santo".
De tal suerte que decidí dedicarme al estudio de la pintura. Pinté en todos lados menos en el lienzo. Intenté cambiar los lugares, y me fui trasladando por todos los lugares de mi casa paterna con todos mis petates de pintor. Así fue como enchastré el living, dejé convertido el porche en un pastiche, pergeñé de grafismos pictóricos la sala de estar, y un día pinté de viola la cara de Manuel que me estaba mirando. Le había pintado una cruz. Los hermanos terciarios que vinieron a tomar el té con mi madre, al verlo, exclamaron al unísono: "Santo, santo, santo".
El ingeniero Martelli, convocado por mi padre, y a fin de que yo pudiera pintar de una vez por todas, inventó para mí lo que él denominó "El embo plus colori". Mientras lo construía, lo apodaba cariñosamente "El Vittorio Emanuele". Pero el aparato resultó inoperante, caro, enorme y más parecía una máquina infernal de "mastro" Leonardo que un auxiliar de pintor oblicuo. Se componía de dos émbolos, cinco poleas y un torniquete provisto de un motor de ignición. Me aprisionaba el brazo y me obligaba a mantenerlo en una posición paralela al lienzo. Pero la oblicuidad se me descargó para arriba y, buscando su nivel, pinté todos los lugares a la altura de las puertas. Una cenefa multicolor orló toda la casa a la altura de un brazo extendido. "El Vittorio Emanuele" fue descartado. El ingeniero Martelli dijo que persistiría y se encerró en su estudio a dibujar nuevos planos. Todavía los sigue dibujando. Pero la locura repentina de que fue víctima el ingeniero Martelli es otra triste historia, que algún día narraré, cuando mi actual profesión de crítico literario me deje tiempo.
Sigamos. Mi madre entonces llamó al rabino. Éste meditó, me miró, volvió a mirarme y a meditar, le pidió a mi madre un centímetro y me midió el brazo. Entonces ordenó que me fueran a comprar otro caballete idéntico al anterior. Mi madre mandó a Manuel, y una vez que el rabino lo hubo tenido en su poder, lo colocó con un bastidor igual, al lado del otro. De tal forma que, calculada mi oblicuidad, sólo me restaba dar la pincelada en el caballete de la derecha, para que ésta apareciese en el de la izquierda. El rabino se retiró satisfecho. Pero lo que el rabino no pudo calcular fue la velocidad de mi oblicuidad. De manera que pinté botellas con el cuello separado del cuerpo, hombres con la cabeza al costado, mandarinas con las hojitas en el otro extremo del borde y peces con los ojos muy lejos de la cabeza. Un terror sobrehumano me fue martillando la caja craneana, un frío me pasaba por la médula, la piel se me erizaba con sus mil agujas de angustia, y Satanás reía arrastrando su muñón sanguinolento. La negra desesperación sumía mi alma en las tinieblas. Acaso el vicio, pensé. Sea, me dije. Mi primera y única experiencia en el hipódromo terminó en litigio. Los hechos se sucedieron de la siguiente manera: Pimpín Allende, pocos días antes de morir, se presentó en mi casa paterna mientras yo pintaba, y me dijo lo siguiente:
-Victorcito. Debes jugar al caballo número seis. El potrillo lleva por nombre Tangencial.
Llegué tarde al hipódromo. Los nervios no me dejaban afeitarme y en vez del mentón me enjabonaba el hombro. Tuvo que venir Manuel y afeitarme.
Llegado que hube al hipódromo, ya sobre el filo de lo irremediable, me puse en la fila de la ventanilla número seis. Por los altoparlantes, la voz cuajada de alarma del locutor prorrumpía en voces preventivas:
-Se cierra el sport. Se va a cerrar el sport.
El empleado estaba por bajar la ventanilla cuando reclamé dos talonarios. Me los dieron, sí, pero cuando iba a pagar fui víctima de la oblicuidad, y pagué en la siete, justo cuando el empleado había ya bajado la ventanilla. El de la seis me arrebató los boletos y bajó también su ventanilla. Ganó el seis, Tangencial, por varios cuerpos. Amparado por el doctor Aparicio von Scoranzi, hermano del extinto amigo mío bizco Alsacio von Scoranzi, todavía estoy en litigio con la comisión de carreras del Jockey Club.
Ni el vicio, ni el erotismo, ni el arte, ni el matrimonio. Los designios del Señor me lo estaban negando todo, hasta que un día que yo estaba tratando de abrir un pomo de amarillo de cadmio para lo cual, y siguiendo las instrucciones del rabino, lo había colocado sobre el dressoir, es decir, a la derecha el tubo de dentífrico y a la izquierda el pomo de amarillo de cadmio, en ese momento, digo, entra mi tío Arnoldo Esteban y me dice:
-Victorcito. Albricias. He descubierto que tú sirves para crítico literario. Lo tienes todo: sabes el árabe, eres oblicuo, lo tienes todo.
Entré a El Nacional por la puerta grande. Y aún sigo. Mis críticas son asombrosas. Las dicto. He hallado mi camino, pese a que algunos familiares de escritores suicidados dicen que yo no quiero a nadie.

De Dublín al Sur, 1992, Emecé