Robin Williams hizo la voz del Genio en Aladín. Así se despide este gran actor que sigue emocionando con sus películas bellas.
Es algo tan bello verlo y escucharlo, tan profundo meterse en el personaje que interpretaba.
"GENIO, ERES LIBRE"
Hasta pronto....
"En los largos días estivales, un insecto nace al amanecer y muere al atardecer, para sólo vivir ocho horas. ¿Cómo explicarle la palabra noche?
BUBONIS

Mostrando entradas con la etiqueta AL CIELO.... Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta AL CIELO.... Mostrar todas las entradas
martes, 12 de agosto de 2014
lunes, 21 de julio de 2014
martes, 4 de febrero de 2014
martes, 7 de enero de 2014
miércoles, 9 de enero de 2013
EL CEREBRO DE LA MADRE ALMACENA CÉLULAS DE SUS HIJOS PROCEDENTES DE LA GESTACIÓN
La conexión es mayor de lo que se pensaba 7 de enero de 2013 | ||||||||
Un artículo en «Scientific American» desvela la potencialidad clínica del descubrimiento, pero también su riqueza emocional. | ||||||||
Según un artículo publicado en Scientific American(la revista de alta divulgación científica más conocida del mundo), "el vínculo entre madre e hijo es profundo, y una nueva investigación sugiere una conexión física incluso más profunda de lo que nadie pensaba".
El fenómeno del microquimerismo, es decir, la presencia persistente en un organismo de células genéticamente distintas a las suyas, es bien conocido y parece relacionado con determinadas enfermedades autoinmunes, pero sus razones no están claras. Como explica el autor, Robert Martone (jefe del área de Neurociencia terapéutica en el Covance Biomarker Center of Excellence en Greenfield, Indiana, EE.UU.), se descubrió precisamente hallando células con el cromosoma Y circulando en la sangre de mujeres después del embarazo. Como son células masculinas "no podían provenir de la mujer, sino más probablemente de sus niños durante la gestación", en virtud del intercambio que se produce a través de la placenta. Lo que se ha descubierto ahora es que "las células microquiméricas no sólo circulan en la sangre, sino que están incrustadas en el cerebro". Las células pueden migrar a través de la placenta y residenciarse en diversos órganos: pulmón, músculos, hígado, corazón, riñón y piel. Las posibilidades de este hallazgo son múltiples, desde la reparación tisular a la prevención del cáncer o el tratamiento de enfermedades autoinmunes. Según este estudio, la presencia de esas células en el cerebro femenino era menos frecuente en mujeres con enfermedad de Alzheimer, por lo cual parecía vinculada a la salud del cerebro. El resultado es paradójico, dado que las mujeres con muchos embarazos (y por tanto con presumiblemente más células en el cerebro de sus hijos e hijas) tienen más probabilidad de tener enfermedad de Alzheimer. Convertidas en tejido maternoEste estudio, en concreto, partió del estudio del cerebro de una mujer muerta en la que se buscaron células con cromosoma Y, hallándose en el 60% del cerebro y en muchas de sus regiones. Es más, una mujer puede tener en sí tanto células de sus hijos como células de su madre, pues el proceso a través de la placenta es inverso. Pero es más: en animales se ha descubierto que células microquiméricas se habían convertido en células nerviosas, "sugiriendo que podrían estar funcionalmente integradas en el cerebro. Es posible que lo mismo pueda ser verdad en el caso de células en el cerebro humano", afirma Martone. Quien, tras discutir otros aspectos del experimento en su vertiente terapéutica, concluye que "este nuevo campo de investigación" es -y he aquí la parte más poética de lo que no deja de ser un estudio muy concreto y definido- "un recordatorio de nuestra interconexión". De la interconexión máxima, entre madre e hijo, que perduraría más allá de la muerte de ella... o de él, en caso de aborto. |
miércoles, 13 de junio de 2012
13 DE JUNIO, SAN ANTONIO DE PADUA

Antonio nace en Lisboa con el nombre de Fernando Martín en 1191-92, la tradición nos dice que es el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen, a quien amó durante toda su vida.Desde muy joven fue un fiel oyente de la Palabra de Dios y la conservaba en su corazón, esta palabra que echó sólidos cimientos al edificio de su vida espiritual y conservó la pureza de su cuerpo y alma hasta el final de su vida.
Ya convertido en fraile franciscano Antonio pasará los últimos años de su vida en Padua, tanto fue el enamoramiento de Antonio con esta ciudad como con sus habitantes que hoy podemos leer junto a su nombre el nombre de esta ciudad, Antonio el minorita, el franciscano de Padua. La ciudad universal lo entusiasmó y él la amó, ella lo acogió y después de 800 años sigue acogiéndolo en sus entrañas.El 13 de junio de 1231, un viernes, Antonio se desvanece, la enfermedad, el cansancio y los achaques de la vida minorítica son los que pesan en sus hombros. Colocado sobre un carro retorna de Camposampiero a Padua, donde quería reencontrarse en el lugar de Santa María. En el camino sus fuerzas no resisten más y los hermanos deben hacer un alto en la Arcella, junto al convento de las damianitas de Santa Clara. Después de recibir la absolución de sus pecados entonó el himno “Oh gloriosa Señora”, mientras tanto se iba apagando su vida, uno de los allí presente le pregunta “¿qué ves?” y él responde “veo a mi Señor”, así termina la vida terrenal de Antonio de Padua y comienza la nueva historia de San Antonio de Padua, el Santo…
sábado, 10 de marzo de 2012
lunes, 5 de marzo de 2012
LA CUNA VACÍA. EL DOLOROSO PROCESO DE PERDER UN EMBARAZO
Claramunt, M. Àngels
Álvarez, Mónica
Jové, Rosa
Santos, Emilio
La Cuna Vacía es un libro que nace de una necesidad. La necesidad de hablar, sin temor ni falsos mitos, acerca de una realidad que viven muchas parejas y para la que nadie está nunca preparado: la pérdida de un bebé en algún momento del embarazo, los hijos que nunca llegan a nacer.
Cuando esta dura experiencia tiene lugar, es preciso abordarla desde diferentes perspectivas, que en estas páginas se desarrollan con la intención de aportar luz sobre un tema casi siempre relegado a la sombra: la correcta información, el buen acompañamiento y el apoyo del entorno, la intervención psicológica, la despedida y los rituales de la pérdida, los estudios médicos posteriores... Aspectos que no deben ser tratados como tabúes, porque en tal caso sólo contribuyen a añadir un dolor innecesario a un dolor de por sí inevitable.
En las palabras de Michel Odent, cirujano y fundador del Centro de Investigación de la Salud Primal de Londres: -Desde hace algunas décadas, la probabilidad de una Cuna Vacía en el embarazo o tras el parto se ha reducido notablemente. Pero cualquier madre, padre o profesional que lo haya sufrido sabe que no es razón para ignorar los problemas que conlleva. Debemos estar agradecidos a Emilio Santos, Rosa Jové, M. Àngels Claramunt y Mónica Álvarez por abordar de frente estos problemas desde una perspectiva del siglo XXI, científica, sociológica y cultural-
M.Àngels Claramunt nos aporta la visión de una madre que ha sufrido esta situación. Mónica Álvarez nos aporta el punto de vista de la psicóloga sobre ritos de despedida, de duelo...Rosa Jové nos aporta el punto de vista del profesional que se encuentra con esta situación y tiene que dar las malas noticias. Emilio Santos nos aporta el punto de vista del médico, la humanización de la salud.
Introducción
La cuna vacía es un libro que nace de una necesidad, la de explicar de la manera más completa y
actualizada posible las pérdidas gestacionales en cualquier momento del embarazo.
Se ha hablado aún muy poco de ello, a pesar de que son muchas las parejas a las que les toca
pasar por la experiencia de perder un bebé que está en camino. Nadie se prepara con antelación
para algo así. Cuando sucede, es importante procurarse buen acompañamiento y estar bien
informado. Este libro pretende contribuir a ello. Queremos aportar luz a un tema relegado a la
sombra, sin ambages ni cortapisas, sin miedos ni falsos mitos que desvirtúan la realidad y no
hacen sino añadir dolor innecesario al que, ya de por sí, supone la pérdida de un hijo en el seno
materno.
Queremos también divulgar la idea de que la pérdida de un embarazo está tan dentro del ciclo
psicoemocional-sexual de la mujer como cualquier otro de los procesos relacionados con la
identidad femenina. Es necesario normalizarlo y que no sea abordado de manera parcial, sesgada.
Las pérdidas son procesos que afectan a muchos aspectos de la vida: fisiología, emoción, duelo,
relación de pareja, reinicio del ciclo y un largo etcétera, que debe ser tratado en su totalidad.
Esta obra se dirige a las madres que están pasando o ya pasaron por pérdidas perinatales; a los
padres de estas criaturas que murieron sin haber tenido vida aérea o teniendo muy poca; a sus
familiares y las personas cercanas; a los profesionales que atienden a estas mujeres: comadronas,
doulas, profesionales de la medicina, de la ginecología, específicamente, de la psiquiatría y
psicología; a las personas que se dedican a apoyar en el duelo, a cualquier persona interesada en
conocer con detalle gran parte de los aspectos relacionados con este tema.
El libro lo componen cuatro grandes apartados: la vivencia de las madres; el punto de vista
psicológico con respecto a la madre y el padre; el enfoque desde la perspectiva de los
acompañantes, sanitarios, familiares, etc. y los detalles médicos.
En el primer apartado, dedicado a las pérdidas en primera persona, elaborado por M. Àngels
Claramunt, repasamos los lugares comunes de las pérdidas desde la perspectiva de las madres y
desde la propia experiencia de la autora y el conocimiento que le aporta el hecho de compartir con
otras muchas mujeres sus respectivas vivencias. Aparecen testimonios ilustrativos de las
cuestiones abordadas. La falta de validación, la búsqueda de ayuda, la empatía y el
acompañamiento adecuado, la información, el apoyo en Red, el sentimiento de culpa, el entorno,
la atención recibida, el maltrato, la infertilidad, el nuevo embarazo, los miedos y las
incertidumbres, la necesidad de conocer las causas, la capacidad de sentirse madre de todos
modos son algunos de los temas tratados en esta parte.
En el segundo apartado, escrito por Mónica Álvarez, se enfoca la pérdida desde el punto de vista
psicológico. Rituales para la pérdida, celebración, sanación y crecimiento. En una sociedad que
vive las pérdidas gestacionales como algo físico, que «se cura, se olvida, se esconde», tratamos
de ver este fenómeno desde un punto de vista normalizador y, por añadidura, terapéutico.
Desgranamos las diferentes facetas personales desde las que se vive la pérdida y cuál sería el
modo ideal de abordarla. Proponemos la creación de rituales como modo novedoso de sanar el
universo cuerpo-mente-espíritu de la madre y del padre, y de equilibrar las relaciones familiares,
que pudieran verse comprometidas de un modo u otro. La otra cara de la muerte es la vida, y
siempre que se sale de una encrucijada vital se sale crecido, más maduro y fuerte. Proponemos
celebrar la vida desde la vivencia consciente de la pérdida, para no retrasar los duelos, ni
posponer la sanación, ni retrasar el momento de enfrentarse a la verdad personal.
En la tercera parte, Rosa Jové nos explica cómo acompañar emocional y psicológicamente este
proceso. Va dirigido tanto a profesionales que participan en estos momentos (ginecólogos,
enfermeras, psicólogos) como a familiares que quieren ayudar a sus seres queridos. Saber dar una
mala noticia, así como las cosas que podemos hacer y las que debemos evitar en cada momento
harán que las personas en duelo se sientan mejor y las que les rodean se sientan útiles. Es una
herramienta imprescindible para todo aquel que trabaje en el duelo y quiera ayudar de forma
efectiva.
Hay una mención especial en el capítulo dedicada a los más pequeños: a esos hermanos que
también pierden a un hermanito. Rosa Jové, como psicóloga infantil, no se olvida de ellos. En este
sentido, es una de las primeras veces que se aborda este tema, ya que en la mayor parte de los
textos sobre duelo en padres que acaban de perder un bebé se focaliza mucho la ayuda en los
propios padres (¡cómo no!), pero se olvida a los más pequeños de la familia.
En la última parte, Emilio Santos, como ginecólogo y psiquiatra, aborda los aspectos médicos,
buscando formas de atender la muerte fetal o embrionaria con la mínima intervención posible.
Este abordaje se hace desde el respeto a la opción elegida por la mujer que lo padece. Por un
lado, se relatan las de tendencia más intervencionista, entendiendo que la muerte de un embarazo
es un proceso que causa sufrimiento y que es normal querer evitar dicho dolor; ésta es la razón
por la que muchas mujeres, cuando han perdido a un bebé en su útero, quieran evitar vivir el
proceso y busquen en su ginecólogo a alguien que se lo «saque» cuanto antes, en un centro
donde el proceso pase de la forma más rápida y menos dolorosa posible, respetando también a
esos muchos profesionales que creen ayudar cuando tratan de medicalizar el proceso para hacerlo rápido y pasajero. Por otro lado, se relatan también los abordajes de tendencia menos
intervencionista, entendiendo que el hecho de querer huir de los procesos emocionales suele ser
un deseo de tapar lo que podría representar una patología típica de nuestra sociedad avanzada. En
esta perspectiva, los tiempos y ritmos de los procesos vitales son importantes. Para una mujer,
vivir plenamente el proceso de pérdida de un embarazo puede ser un camino de maduración
personal y de aprendizaje, además de que se eliminan intervenciones (legrados) que pueden
constituir una agresión a un órgano que, para muchas mujeres, representa el centro de su
sexualidad.
Perder un bebé en gestación produce en la madre un vacío enorme, no suficientemente validado ni
comprendido por el entorno familiar, social ni médico. Consecuentemente, existe poca bibliografía
al respecto. Hemos querido elaborar un manual que contenga todo lo que se puede abordar, hoy
por hoy, sobre este tema, con la intención de normalizar y dar el justo interés a una cuestión de
suma trascendencia en la vida reproductiva de la mujer, de la pareja.
Entendemos el título La cuna vacía simbólicamente: la imagen de unos padres desolados que se
quedan vacíos. Como vacío siente la madre su útero, la única cuna que conoció su bebé, ya que
sólo vivió en su seno. Los padres tal vez encuentren una cuna real a su regreso a casa, y un
armarito con ropa, cajas de pañales, peluches, regalos varios que habrá que guardar o retirar
como parte del proceso de duelo. El título alude a una madre cuyos pechos rebosantes no
encuentran el consuelo de un pequeño que se sacie en su regazo; a un útero que estaba pleno
hasta hacía unas horas y que ahora se encuentra «vacío», llorando lágrimas de sangre; a los
brazos de unos padres que ya no acunarán a su pequeño entre leche y arrullos.
No hemos querido escribir un libro que se quede sólo en la tristeza de la pérdida. Necesitamos
saber, crecer, indagar. Nos atrevemos, por fin, a estudiar, analizar y tratar en profundidad todo lo
relacionado con la muerte perinatal. Con la esperanza de que sea un incentivo para que otros
muchos sigan tratando aspectos diversos relacionados con este tema, con el deseo de poder
ayudar a las personas afectadas o interesadas, con la certeza de que, en lo que respecta las
pérdidas, a su acompañamiento, sólo cabe ir a mejor.
http://www.alfinlibros.com
jueves, 1 de marzo de 2012
jueves, 12 de enero de 2012
viernes, 6 de enero de 2012
SOBREVIVIR A LA MUERTE
Viernes 06 de enero de 2012 | Publicado en edición impresa
El ensayista italiano Giuseppe Marcenaro escribe con ingenio sobre las extravagancias y secretos de las necrópolis
Por Alejandro Patat | LA NACION
El interés y la curiosidad por los cementerios que siente el ensayista italiano Giuseppe Marcenaro nació, según cuenta el mismo autor en Cementerios. Historias de lamentos y locuras , luego de una visita al mausoleo de los Ben Sedik, en el sur argelino, donde reposan los restos de la familia que más combatió la colonización extranjera del país africano. Pero ni la atmósfera alucinada de ese monumento suspendido en el paisaje inmóvil del desierto, ni el respeto que impone la percepción de lo sagrado condujeron a Marcenaro a una indagación filosófica o poética acerca de la muerte. En su largo viaje a lo largo de más de veinte años por los cementerios, Marcenaro se propuso "descubrir domicilios banales y tomar la vida como viene. Buscaba el propio lugar en el mundo. Un lugar definitivo. Sin entusiasmos. La revelación final de la fragilidad de cada cosa".
En efecto, el viajero no frecuenta, como millones de turistas, los cementerios "masivos", señalados en las guías, en busca de "caros extintos", sino que se adentra en la memoria de ciertos muertos y de ciertos vivos, afectos a la muerte. Así, una variopinta serie de casos desfila por el libro: Helen Hanff, bibliófila estadounidense que viaja por primera vez a Londres en 1971, para visitar la librería cerrada desde la cual, durante una vida entera, sus fieles libreros le habían mandado con devoción los ansiados volúmenes. La ciudad espectral de Charlesville, que custodia los restos de Rimbaud. La tumba de Brecht, sepultado junto a su esposa, quien, tras años de infidelidad conyugal del marido, excluyó del último reposo a todas sus amantes. La Plaza Roja y el cementerio de Novoideivich, "verdadera enciclopedia rusa". La escultura de Victor Noir, en el Père Lachaise, cuyo abultado sexo es religiosamente tocado por las novias de París el día de sus bodas, para exorcizar una vida erótica lamentable. La travesía fúnebre de Walter Benjamin hacia Port-Bou, la pérdida de su último manuscrito y la fosa común. El cementerio judío de Praga, con su espasmódica superposición de lápidas. No faltan macabras historias de necrófilos, fetichistas, perversos, deprimidos y lunáticos.
Tres breves relatos cierran el libro: la actual construcción del Memorial de la Sangre Esparcida en Ekaterinburgo, donde tuvo lugar la matanza de los Romanov; la triste historia de la muerte de John Kipling, el hijo del famoso novelista, y la espeluznante "urbanización" forzada de la colosal Ciudad de los Muertos, en El Cairo, ocupada por familias paupérrimas, que establecieron en cada bóveda una casa, un negocio, un bar.
La cifra del libro es el amargo e irónico desencanto. Lejos resuena el eco de la famosa Elegía de Thomas Gray, que con temblor romántico cantaba a la muerte en un cementerio campestre, y aún más distante la poesía de Los sepulcros de Ugo Foscolo, que invocaba con melancolía "la correspondencia de amorosos sentidos" entre los vivos y los muertos y evocaba la memoria de los grandes que construyeron la patria. El libro pareciera más bien recordar con inteligencia que así como en la vida se mezclan la comedia y la tragedia, de la misma manera el cementerio reclama una visión indulgente y socarrona del más allá y del más acá. Y sobre todo, a través de una pormenorizada descripción de túmulos, reliquias, huesos, cenizas y todo tipo de tráfico fúnebre (basta recordar el itinerario asombroso del pene de Napoleón), el volumen intenta poner de relieve la máxima locura humana: el anhelo por sobrevivir a la propia muerte.
Giuseppe Marcenaro nació en Génova en 1952. Crítico de arte y de fotografía, periodista cultural, escribió varios libros sobre Liguria y una notable biografía de Eugenio Montale.
Cementerios
Por Giuseppe Marcenaro Adriana HidalgoTrad.: Maria Teresa D'Meza
martes, 3 de enero de 2012
viernes, 30 de diciembre de 2011
LA PORTENTOSA NAVIDAD DE MANUEL VERA
Viernes 30 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa
Bodoc, Fuera de la Rutina
Era una Nochebuena normal. Nada hacía presagiar alteraciones, hasta que el dueño de casa, sin saber por qué, dejó a su familia y salió a caminar por la plaza.
Bodoc, Fuera de la Rutina
Era una Nochebuena normal. Nada hacía presagiar alteraciones, hasta que el dueño de casa, sin saber por qué, dejó a su familia y salió a caminar por la plaza.
Hay un color preciso que separa la noche del amanecer. Igual que hay, en el que duerme, un ritmo y un orden imposibles de fingir.
-Estás despierto -afirmó Emilce.
Le respondió un bufido. Manuel estaba agobiado antes de que amaneciera.
-Lo que pasa es que te empecinás en no dormir.
-Está bien, Emilce. Me empecino.
Y de algún modo era cierto. Manuel Vera se resistía a dormir por puro temor a despertarse. Sin embargo, aquella madrugada de 24 de diciembre él todavía no era capaz de reconocerlo. Mucho menos de explicarle a Emilce su terrible percepción acerca del despertar: un breve instante en que el hombre recuerda la realidad, quién es, dónde vive, con quién sí y con quién no, qué idioma habla, a qué cultura pertenece, qué cosas debe hacer y cuáles olvidar. Abrir los ojos, y en una brevísima porción de tiempo todo se recompone, se engarza, se engancha, se enhebra, dato con dato, quién, dónde, cuándo... Y a veces es tan triste, Emilce, todo es tan triste que prefiero no dormir para no despertarme. O dormir como duermo, eso prefiero: con medio sueño, sin entregarme del todo, asustado.
Cuando llegó el infarto, mucho más anunciado de lo que él admitía, Manuel Vera tuvo que abandonar el trabajo. Caminó por la explanada de la constructora para despedirse de la grúa que había manejado con proverbial destreza, "chau, mi amor", le dijo.
Eso, más el acto de sostener el horario de los medicamentos en la puerta de la heladera con un imán en forma de tomate, fue el inicio de la ascendencia de su yerno en las decisiones familiares.
El yerno de Manuel Vera era un militante del bienestar. Fuerte en la creencia de que determinadas pautas alimentarias, higiénicas y posturales premiaban al individuo con un proceso evolutivo distinto, y superior, al de toda la especie. Para Gustavo Levrino, atlético yerno de Manuel Vera, la juventud y su apariencia eran la piedra de la hombría. Y la vida era una gestión teórico-práctica para mantenerse en forma.
-Cebo unos mates -ofreció Emilce, irguiéndose en la cama aunque apenas empezaba a clarear.
-Bueno.
Manuel Vera se quedó esperando.
Su esposa volvería pocos minutos después, con paso cuidadoso y la bandeja de madera pintada a mano. Pediría espacio para sentarse a un costado de la cama, y enseguida le advertiría sobre los movimientos bruscos, "cuidado, que se me vuelca el agua".
Emilce iba a tomar un par de mates, con un suspiro entre uno y otro. Tiempo suficiente para que Manuel Vera se pusiera de costado, apoyado en el antebrazo izquierdo, y extendiera la mano derecha hacia el mate rigurosamente amargo.
Está rico. Diría la pura verdad.
Pero mientras esperaba que su mujer regresara con la bandeja de madera pintada, debía pensar en algo. Y Manuel Vera pensó en su yerno. El tipo, había que reconocerlo, tenía una voluntad de acero. Además de argumentos.
-Emilce, ¿quiénes eran vegetarianos?
-Platón, Madonna...
Se trataba de una lista de genios y celebridades que su yerno citaba a menudo como ejemplos de personas adscriptas al vegetarianismo, con resultados a la vista.
-¿Y Einstein?
-Sí, Einstein también.
Después el tema se centró en la cena de Nochebuena.
-Al final voy a hacer comida bien liviana porque, como dice Gustavo, nosotros no tenemos que ingerir las mismas calorías que los europeos. Además, es lo peor para tu salud.
"Como dice Gustavo" se había transformado en santo y seña de su propia casa.
-¿Y qué comida quiere Gustavo?
Emilce debía abordar un asunto complejo.
-Ahora venden una cosa..., es como queso. -Pero supo que había empezado mal, y largó todo de un golpe-: Voy a hacer un flor de arrollado de tofu.
-¿Un flor de arrollado de qué, Emilce?
-De tofu. Tiene las mismas proteínas que la carne pero no es de un cadáver.
Emilce hablaba con voces ajenas.
Manuel Vera no encontraba su alma.
Y aun así, la bíblica hora llegó a tiempo.
Manuel Vera reconoció el auto que estacionaba justo frente a la puerta. Escuchó los bocinazos que anunciaban la llegada: hija, yerno y nieta.
Enseguida explotó el alboroto de la bienvenida, ¡venga con la abuela! como si se tratara de un bebé, ¡qué rico huele, mamá! aunque después comiera dos bocados, ¿qué cuenta, suegro? pero nunca lo escuchaba.
Una noche de 24 idéntica a cualquier domingo, en la que nada hacía presagiar la cercanía del vuelco. No había grietas en las paredes que anunciaran el derrumbe del cielo. Ni alineaciones astronómicas que pronosticaran acontecimientos desdichados.
-¿Cómo estás, papá?
-Bien, estoy bien.
-¿Te estás cuidando en la comida?
-Sí, sí. -Manuel Vera intentó sincerarse en esa noche milagrosa-. Pero lo mío es otra cosa... Extraño la grúa.
Cecilia se arreglaba el rodete relajado.
-¡No es otra cosa, papi! Como dice Gustavo: el verdadero cerebro es el páncreas.
Manuel Vera buscó refugio en la infancia.
-Y vos -le dijo a su nieta-, ¿extrañás la grúa grande como un dinosuario que manejaba el abu?
La nieta de Emilce y de Manuel Vera tenía nueve años y modales televisivos. Se encogió de hombros.
-No.
Como era frecuente, durante la cena el yerno de Manuel Vera guió el discurso, derivando la conversación hacia asuntos en los que se sentía competente.
Gustavo Levrino acostumbraba iniciar o rematar con afirmaciones de difícil o, al menos, compleja comprobación.
-Porque, querido suegro, una empanada de jamón y queso equivale a veinticinco minutos de caminata.
Casi siempre se dirigía a Manuel Vera, el que menos atención le prestaba.
-Esto -dijo Gustavo Levrino, separando los costados crocantes de una lasaña de espinaca- es veneno.
-¿Por qué, amor? -intervino su esposa en rol esmerado.
-Cancerígeno... Se demostró que es un cancerígeno.
-¡Haber sabido...! -Emilce buscó el modo de hacer intervenir a su esposo, demasiado silencioso para la mística ocasión-. ¿Viste, Manuel? Haber sabido...
Gustavo Levrino aceleró.
-Hay una lista larguísima de cancerígenos. Se las voy a traer así la tienen a mano.
Manuel Vera empezaba a desmoronarse. El mantel bordado se nubló fugazmente ante sus ojos.
-Mamá, ¿no habrás hecho tiramisú?
La esposa de Manuel Vera respondió orgullosamente que había hecho una ensalada de frutas.
-Sí -dijo Gustavo Levrino-, pero después de la comida ya no tiene ningún valor.
Escuchar, en la cena navideña, que la ensalada de fruta no tenía ningún valor fue para el viejo maquinista en desuso como ver apagarse la última estrella de su cielo. Manuel Vera quiso toser, y no pudo.
-Abuela, ¿viste que saqué el mejor promedio en inglés?
-¿En serio, mi princesa? Qué bueno.
Manuel Vera no quería hacer un papelón.
-Ya vengo -dijo-, quedé con los vecinos que les iba a mirar la casa.
Mientras salía tragando lágrimas gruesas, oyó la diatriba de su hija, que ahora te tienen de sereno, que lo único que falta es joder a la gente en Navidad porque se les antoja salir y que vos que no te hacés respetar, papá, ¡no te hacés respetar!
Manuel Vera miró la casa de al lado, porque no había mentido sobre el compromiso asumido con un vecino de toda la vida. Pero después siguió caminado. Creyó que el llanto se le iba a caer a borbotones, pero no; se le atragantó en un espacio entre el corazón, el estómago y el alma. Uno que Manuel Vera había olvidado que existía.
A veces, algunos trasponen una línea negra; acontecimiento que suele ser irreversible.
Manuel Vera llegó hasta la esquina, cruzó la calle, desierta a esa hora, y respiró hondo en la plaza. Después eligió un banco.
El hombre flaco que se sentó junto a él, y que salió de quién sabe dónde, no olía a vino ni a sucio.
Como ya había traspasado la línea, el ex mejor maquinista de la constructora no tuvo miedo ni se incomodó, sino al contrario.
-¿En qué piensa? -preguntó el desconocido.
-Estoy pensando cómo se le explica a la gente que vivir no siempre es lo más importante -respondió Manuel Vera.
-Muy bien, usted es un blasfemo.
-Mire que me dijeron cosas, pero eso nunca.
-Digamé -volvió a interrogar el acompañante de ocasión-. ¿Usted va a levantarse del banco para volver a su casa como si nada?
-¿Y usted no?
-Bueno, de algún modo también -admitió el hombre flaco que no olía a vino ni a sucio.
-Son buenos chicos.-Manuel Vera supo que se hacía entender.
-¿Ah, sí? ¿Y entonces qué hace usted acá cuando se acerca la hora del brindis?
-Lo que pasa es que se preocupan por mí.
-Ya veo que lo estimé demasiado... Usted no es un blasfemo, es un pelotudo.
-¡Eso sí me lo dijeron muchas veces!
-Y siempre fui yo.
-Amigo -dijo Manuel Vera-, ¿alguna vez vio apagarse una estrella?
-Hace dos mil años.
El tono del ex maquinista fue sencillo:
-¿No me diga que estoy hablando con Jesús?
-Me equivoqué otra vez, es un tremendo pelotudo.
Pero Manuel Vera ya no lo escuchaba.
-Ahora vuelvo a mi casa y digo que estuve con el Hijo de Dios en la plaza. ¡Ésa no se la esperan! Van a creer que me subió la presión, van a llamar al servicio de emergencia, y chau Nochebuena. Pero yo voy a insistir, hoy, mañana y pasado. Por el resto de mi vida voy decir que hablé con Jesús, y ellos no van a saber qué hacer... Ahora saben, y eso les facilita todo. Pueden mandar, disponer que lo mío es el colesterol, como si no tuviera sentimientos, como si la grúa y yo no hubiéramos sido el uno para el otro. Total, ya no tengo nada que hacer... El abu se volvió loco, Manuel está enfermo, mi suegro está pagando la ingesta de grasas saturadas. El pobre salió a ver la casa del vecino y cuando volvió ya estaba loco. Hablé con Jesús y listo, ¡todo vuelve a tener colores, olor, sentido, sangre! Además, es cierto...
Manuel Vera acababa de tomar su decisión final, hablando solo en un banco de plaza, la noche del 24, como cualquier viejo chiflado..
Suscribirse a:
Entradas (Atom)