BUBONIS

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jueves, 20 de junio de 2013

ACTITUD DE JESÚS FRENTE AL PECADOR

 22 de JUNIO DE 2013



Un tema central en la vida del cristiano es el perdón. Es más, podemos decir que es un signo de la presencia de Dios. Donde vemos una actitud de perdón sincera, podemos pensar que en ese gesto hay algo de Dios. Por el contrario, cuando vemos la persistencia en el odio y la incapacidad de caminar hacia el perdón y la reconciliación, nos alejamos del camino de Dios, tal como lo hemos conocido en Jesucristo. El perdón nos habla tanto del pecado como de la dignidad del hombre. El pecado es ofensa a Dios, y a su obra mayor que es el hombre. Dice referencia a Dios y al deterioro de la dignidad humana. El pecado no cambia la actitud de Dios hacia el pecador, sino que siempre lo espera y perdona. Recordemos la imagen tan conmovedora de la parábola del “hijo pródigo” (cfr. Lc. 15, 11-32). A Dios no le asusta tanto el pecado, como la dureza del corazón de sus hijos.

El perdón cristiano, por otra parte, no es algo mágico en el que no intervenga la libertad del hombre. El se da en un encuentro con Jesucristo, que ha venido a comunicarnos la gracia del perdón, pero requiere un acto de reconocimiento y arrepentimiento por parte del hombre. Exige, además, la obligación de reparar el daño cometido. En todo este camino ya participa el amor de Dios que mueve el corazón del hombre; lo que él necesita de nosotros es una actitud de fe que nos abra con humildad a su obrar y poder. Jesús se siente enviado a los pecadores: “no he venido a llamar a los justos, nos dice, sino a los pecadores” (Mc. 2, 17). Esta palabra escandalizaba a muchos, porque desconocían el sentido del amor y la misericordia de Dios; vivían aferrados al solo cumplimiento de las normas y la justicia. Cuando el evangelio nos habla de aquella mujer pecadora que se acerca a Jesús, lo acusan porque permite que una pecadora se acerque a él. Jesús les responde con dolor y firmeza: “sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido personados porque ha demostrado mucho amor” (Lc. 7, 47). No niega el pecado, pero sí reconoce una actitud de fe y de amor. El perdón fue, para ella, el comienzo de una vida nueva.

Estamos hablando del perdón que Dios nos comunica por Jesucristo, y que él nos lo ha dejado como sacramento en la Iglesia. Esto no significa, sin embargo, que nosotros no podamos ser testigos de esta verdad ante nuestros hermanos. La Vida que Dios me comunica en el perdón me compromete a una actitud nueva. El Padre Nuestro pone en nuestros labios esta exigente invocación a Dios: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es cierto: “perdonar es divino”, pero ello no me exime de perdonar. El evangelio de Jesucristo no es una utopía, es una realidad. Como ideal siempre nos trasciende, pero esto no significa que su Vida y su Palabra no sean algo actual y posible en nuestra vida. Cuando san Pablo nos habla de su vida cristiana, nos dice: “ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20). Este es el secreto de un cristiano. Cristo no me predicó sólo un mandamiento para que yo lo cumpla, sino que me comunicó ese mismo mandamiento como gracia que me eleva y capacita para cumplirlo. Esto lo vio claro san Agustín, cuando dice en sus Confesiones: “Señor, no me des sólo un mandamiento, no lo puede cumplir. Dame tu gracia y después pídeme lo que quieras”. El cristiano no es un voluntarista, sino testigo de la presencia de Dios en él. Por ello, decíamos, que el perdón es signo de su presencia.

Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz

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