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Cuando pregunté a Gardner sobre su insistencia en la preponderancia del pensamiento sobre el
sentimiento, o en la metacognición más que en las emociones mismas, reconoció que su visión de la
inteligencia se atenía al modelo cognitivo pero añadió: «cuando escribí por vez primera sobre las inteligencias
personales , podría, en realidad, a las emociones, especialmente en lo que atañe a la noción de la inteligencia
intrapersonal, uno de cuyos aspectos principales es la capacidad para sintonizar con las propias emociones.
Por otro lado, las señales viscerales que nos envian los sentimientos también resultan decisivas para la
inteligencia interpersonal, pero, a medida que ha ido desarrollándose, la teoría de la inteligencia múltiple ha
evolucionado hasta centrarse más en la metacognición -es decir, en la toma de conciencia de los propios
procesos mentales, que en el amplio espectro de las habilidades emocionales».
Aun así, Gardner se da perfecta cuenta de lo decisivas que son, en lo que respecta a la confusión y la
violencia de la vida, las aptitudes emocionales y sociales, y subraya que «muchas personas con un elevado CI
de 160 (aunque con escasa inteligencia intrapersonal) trabajan para gente que no supera el CI de 100 (pero
que tiene muy desarrollada la inteligencia intrapersonal) y que en la vida cotidiana no existe nada más
importante que la inteligencia intrapersonal ya que, a falta de ella, no acertaremos en la elección de la pareja
con quien vamos a contraer matrimonio, en la elección del puesto de trabajo, etcétera. Es necesario que la
escuela se ocupe de educar a los niños en el desarrollo de las inteligencias personales».
Del libro: La Inteligencia Emocional, de Daniel Goleman
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