BUBONIS

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sábado, 24 de septiembre de 2011

DICCIONARIO NOCTURNO Y FANTÁSTICO


Viernes 23 de septiembre de 2011 




Libros y autores

Además de un nuevo libro de poemas,María Negroni publica Pequeño mundo ilustrado, volumen en que recupera sus obsesiones más tenaces: logótico, las colecciones, la miniatura
Por Pedro B. Rey  | LA NACION


Hace años que María Negroni vive en Nueva York, donde enseña literatura latinoamericana en el Sarah Lawrence College. En el microcentro porteño conserva, sin embargo, un pequeño departamento que condensa una justicia poética doble. Por un lado, sus espacios diminutos, con algo de fábula infantil, hacen eco a su interés, reflejado en sus ensayos, por las formas y objetos de dimensiones mínimas. Por otro, el departamento fue propiedad de otro poeta. Al momento de escriturarlo, en los años noventa, la escritora descubrió que en él vivió buena parte de su vida Alberto Girri.
Negroni acaba de publicar un libro de poemas, Cantar la nada , y Pequeño mundo ilustrado , diccionario de pasiones e intereses personales en que los temas, diversos, van formando una suerte de red psicogeográfica. "Todo catálogo es una máquina para atrapar la realidad", se lee en una de las entradas, y la realidad que surge de los textos breves que componen este volumen es fantasmal, pero también precisa. Bibliotecas, juguetes, muñecas mecánicas, dioramas y exposiciones universales coinciden en plano de igualdad con Casanova, E.T.A. Hoffmann, Freud (como coleccionista), el pintor Oskar Kokoschka, la película La noche del cazador o Clemente Onelli, histórico director del zoológico porteño. También, con naturalidad, Philip K. Dick y la banda alemana Kraftwerk.
-En su primera línea, Pequeño mundo ilustrado sostiene su condición autobiográfica. ¿En qué sentido puede ser definido como autobiográfico un libro que no contempla ninguna anécdota personal?
-Escribí esa frase con ánimo provocador. Pero, en cierto sentido, es verdad. Se trata de un libro descaradamente personal, arbitrario, monotemático, que no pide ningún permiso para armar un catálogo de obsesiones y afinidades. Y después, lo exhibe en una vitrina para que el lector lo espíe como si fuera una biblioteca secreta. En literatura, por lo demás, todo siempre es autobiográfico, empezando por la imaginación.
-Las entradas parecen dictadas por el capricho. Sin embargo, la cartografía que forman es férrea y coherente. ¿Hubo una guía predeterminada de temas? ¿O cuajaron temas inesperados?
-La idea inicial surgió del Buenos Aires Tour , un libro que hice, algunos unos años atrás, con Jorge Macchi. En esa oportunidad, escribí un texto inspirado en un cuaderno-diccionario que encontramos tirado en la calle, donde definía 27 palabras que, después descubrí, eran mis palabras más importantes. Entonces pensé que podía ampliar la lista. Por suerte, las obsesiones son fieles y además funcionan como imanes. Una cosa trae la otra y, así, lo que se arma suele tener un orden secreto que excede, muchas veces, el libro mismo. En este caso, Pequeño mundo ilustrado forma una trilogía con dos libros anteriores, Museo negro Galería fantástica . En los tres, hay temas que recurren: la relación entre el arte y la vida, la escritura y el crimen, la sexualidad y la muerte, la infancia y la noche. Un poco a la manera curiosa de la muchacha que va abriendo las puertas prohibidas del castillo de Barba Azul, los tres textos insisten en conquistar un sentido incompleto, y peligroso, de las cosas.
-¿De dónde viene ese interés ensayístico por el gótico y la literatura fantástica que, curiosamente, no figura de manera flagrante en tus libros de poesía?
-Algunas personas creen que mi interés por la literatura gótica y el fantástico proviene de mi gusto por los vampiros y los castillos, lo cual es cierto pero insuficiente. En realidad, esa producción permite mostrar -mejor que ninguna otra, me parece- algunos modos, más bien extremos, de oposición al orden de la razón y la luz. No me interesan, quiero decir, los aspectos decorativos del género sino los puntos que unen el impulso gótico y la pulsión riesgosísima de escribir. Históricamente, se sabe, el primero abrió una grieta en el costado del iluminismo. La poesía, por su parte, funda su casa en una herida: señala una falla, se vuelve conciencia finísima de una insuficiencia y recuerda, una y otra vez, el carácter no domesticable del deseo.
-La literatura argentina figura de una manera oblicua, principalmente Bioy Casares.
-Sí, Bioy Casares. Pero están también Borges, y Silvina Ocampo, y Dabove, y Lugones, entre otros. A mí me parece que el fantástico es importante, además, porque abre otras coordenadas de influencia y de lectura, a la vez excéntricas y menos solipsistas. Es famoso el gesto de apertura que instauró la antología de literatura fantástica compilada por Borges, Ocampo y Bioy, pero no menos importantes son las reelaboraciones que hicieron los hermanos Quay o Resnais de La invención de Morel , Bertolucci del "Tema del traidor y del héroe" de Borges y Antonioni de "Las babas del diablo" de Cortázar. En el fantástico, la literatura argentina se posiciona de otra manera en el campo cultural, dando cabida a textos descentrados que no suelen figurar en los cánones -ni siquiera en los cánones "malditos"- del mercado.
-Entre gabinetes de curiosidades, maniquíes, autómatas figura repetidamente la invocación de lo arcaico. ¿A qué apunta exactamente el término en este caso?
-Lo arcaico, tal como lo concibo, apunta al espacio de lo pre-simbólico, es decir, a ese acervo, más sonoro que visual, más lúdico que lúcido, que está hecho de canciones de cuna y cuentos de hadas, de ritmos maternos y respiración interior. Los poemas, dicho sea de paso, provienen del mismo lugar. La colección -que, junto a la figura del doble, constituyen los ejes de Pequeño mundo ilustrado tiene que ver con el deseo arcaico de dominar el caos. Siempre me pareció maravilloso que las cosas más chiquitas sean las que contienen más promesa de infinito. En un momento, menciono un relato del Wilhelm Meister de Goethe, en el que un viajero se enamora de una chica que nunca se separa de una caja con forma de ataúd, que lleva consigo a todos lados. Y he aquí que, cuando se revela el misterio, resulta que la caja contenía ¡un reino en miniatura! También el poema es un reino en miniatura. En cuanto a la colección, posee una virtud: siempre es incompleta. Igual que el poema, sabe que verdad y totalidad se excluyen o, lo que es igual, que cualquier tentativa de totalidad implica una derrota de lo poético.
-Quizá por eso inevitablemente figuran en las páginas de Pequeño Mundo? diversos miniaturistas excelsos. Walter Benjamin, entre ellos. ¿La brevedad de los textos juega con la miniatura como género literario?
-Sí, estas entradas juegan, de algún modo, a imitar el Lo sé todo o las páginas del Billiken o el Libro de oro de los niños . No son exhaustivas. Benjamin es, por supuesto, una referencia. También él amaba los juguetes y sometió todo lo que amaba a la manía de la lista y la acumulación, menos arbitraria que onírica. Sus laberintos textuales pueden leerse como zonas imaginarias de pertenencia donde se aglomeran, de un modo azaroso, placentero y solitario, ideas y fantasmas de su desarraigo.
-Los artistas son una clave recurrente de este mapamundi imaginario. Joseph Cornell, por ejemplo, es definido como un "exiliado de la infancia". ¿Por qué ese interés por las artes visuales?
-Joseph Cornell es uno de los artistas que más admiro. Vivía en la avenida Utopia de Queens, con su madre y un hermano paralítico. Sus biógrafos afirman que todos los días salía a buscar cachivaches por la calle 14. Lo hacía con saña, sin distraerse, como quien sale a cazar restos oxidados de su propia psiquis o, acaso, a robar, afuera, recuerdos que tiene adentro. Al margen de Cornell, las artes visuales me interesan porque, en ellas, la mímesis (que puede ser eficiente) suele revelar, tarde o temprano, el carácter ilusorio de la representación. La función de "doble" de lo representado -de monumento o muñeco o golem artificialmente dotado de "vida"- se hace evidente ya desde la época de las linternas mágicas, los panoramas, los dioramas. Todas estas invenciones "tecnológicas" no han hecho otra cosa que proyectar el doble afuera. El cine puede verse, en este sentido, como la versión contemporánea del autómata.
-Hace años que vivís en Nueva York. ¿Qué marca deja esa experiencia en tu literatura?
-La ciudad ha sido siempre para los artistas (al menos, desde los tiempos de Baudelaire) una usina para la imaginación. Esa función la cumplió, para mí, Nueva York. Wim Wenders dijo una vez que vivir en Nueva York le había proporcionado una segunda infancia. Me identifico totalmente con esa declaración. La energía fabulosa de Manhattan, sumada a su propensión a las anomalías, la multiplicidad y la incerteza, la vuelve un sitio privilegiado para el vértigo. Los personajes que aparecen en mi libro son, quizá por eso, tristemente felices: un puñado de huérfanos o "desmarcados" o marginales que se enorgullecen del desarraigo y lo yerguen como estética.
-Al mismo tiempo acaba de publicarse Cantar la nada , un nuevo libro de poemas. Es, como todos los tuyos, muy diferente a los demás.
-¡Ah! De los libros de poesía mejor no hablar. El poema es una especie de enigma que quiere seguir siendo enigma, ¿no?
PEQUEÑO MUNDO ILUSTRADO 
Por María Negroni

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