BUBONIS

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miércoles, 22 de diciembre de 2010

ANGÉLICA

Capítulo I



El puerco
 
Le habían dicho:

–¡La vida es maravillosa!
Él todavía era pequeño, no sabía muy bien cómo
se vivía y deseaba saber más. Pensó un instante y se
decidió a preguntar:
–¿Cómo se entra en la vida? ¿Acaso hay una puerta
a la que llamar? Y si llamas... ¿te abre alguien?
Le respondieron entre risas:
–La vida no tiene puerta. Nacemos en el cielo y
después las cigüeñas nos traen a la tierra.
Él nunca había visto una cigüeña, pero aun así le
pareció que aquella historia estaba mal contada y
acabó diciendo que no se lo creía. Entonces le dieron
otra explicación:
–Es Papá Noel el que trae a la gente a la vida.
Bajó lamirada: sabía perfectamente que PapáNoel
no traía ese tipo de regalos. Entonces le dijeron:
–Hay una puerta para entrar y queda muy lejos
–señalaron a lo lejos.
Miró desconfiado hacia donde le indicaban.
–Si te portas bien, llamas a la puerta y te abren. Si
no te portas bien, no te abre nadie.
Seguía mirando a lo lejos. Mirando y pensando:
«Maldita sea mi estampa, me están engañando otra
vez». Suspiró.Cuando fuera mayor, no iba a permitir
que le hablaran así; cuando fuera mayor, no le iba a
permitir a nadie que se riese de sus preguntas.
«¿Y si fingiese que me creo lo que la gente mayor
me dice? ¿Y si fingiese que allá lejos existe una
puerta? ¿Y sime acercase allí a llamar y resultase que
alguien me abre la puerta? ¿Y si después entrase?»
Sonrió. «Apuesto algo a que si consigo entrar se van a
quedar todos con un palmo de narices.»
Caminó decidido hasta la puerta.Llamó.Le abrieron.
Observó detenidamente cómo era la vida y le
gustó.
Escribió su nombre en un libro enorme que contenía
los nombres de todos los que habían pasado antes
por allí y entró.
Eso era lo que solía hacer con todo lo que no entendía:
fingía que se creía las respuestas que inventaban
para él y santas pascuas. Y pensaba: «Cuando
crezca lo entenderé todo, cuando crezca ya no tendré


la necesidad de seguir fingiendo». Pero por ahora todavía
era muy pequeño. Y estaba solo. Porque la vida
de los puercos consiste justamente en eso: desde muy
temprana edad, se quedan solos porque separan a toda
la familia para comérselos, unos al momento y otros
más adelante.
Pues eso es lo que era: un cerdito. Oscuro, con un
nudo en el rabo (y, para colmo, un nudo ciego), unos
ojos muy vivos que lo miraban todo sin parar y una
manera de andar muy graciosa porque caminaba acelerado*
y contoneándose. Salió al mundo y cada día
descubría algo nuevo: sol, fósforo, color y gente, estrella,
avión, casa, máquina y jaleo, coche pasando. Caminó
hasta donde se acababa la ciudad y allí descubrió
la flor y el bosque, el silencio y el color. Y, de repente,
descubrió un lago.Era por la mañana muy temprano;
 todo el mundo estaba durmiendo y el lago también.
Era un sueño quieto, tranquilo; tanto, que no le permitía
al lago moverse ni un milímetro. El agua, por
consiguiente, le servía de espejo: el cerdito se inclinó
sobre el agua y no pudo por menos que asombrarse.
–¡Huy! –gritó, y volvió amirarse.
Se puso de frente, de perfil, de todas las posturas
que se le ocurrían.Guiñó un ojo, hizo una carantoña,
intentó deshacerse el nudo del rabo, pero tenía tantas
cosquillas que acabó por desistir (la cosa que produce
más cosquillas es querer deshacer un nudo de nacimiento),
arrancó un trozo de hierba del suelo y se lo
enrolló en el cuello amodo de corbata,dio unos pasos
tambaleantes y concluyó:
–¡Qué vida! ¡Qué maravillosa eres!, ¿lo sabías?

–y entró en el agua para abrazarse. Solo le faltó morirse
de gusto: nunca habría imaginado que el agua
fuese tan agradable.Él y el lago se hicieron uña y carne
y no quería ni pensar enmarcharse de allí; creía que
no iba a descubrir nada mejor. Pero lo descubrió. Un
día,mientras paseaba,de repente oyó:Uuuuuuuuuuuu.
Era un pitido. Pesado. Angustioso. Él ya había oído
un montón de us, pero ninguno tan impresionante
como aquel. Siguió detrás del pitido, recorrió un largo
camino y por fin llegó al puerto: quien estaba haciendo
u era un barco.Al contemplar el puerto, se detuvo
con los ojos abiertos de par en par,mirando aquel
navío tan blanco, tan grande, lleno de banderitas diferentes
y que hacía un u tan fuerte.
–¿Adónde se dirige? –preguntó a la gente que trabajaba
en los muelles cargando el barco.
–Hacia allá –le señalaron.
Él miró, pero únicamente se pudo percatar de
que allá era muy lejos. Tan lejos que inmediatamente
se dio cuenta de que él nunca conseguiría llegar a ese
lugar.Paseó por la orilla delmar hasta llegar a una pequeña
playa en la que se entretuvo recogiendo conchas.
Volvió al puerto y se quedó observando elmovimiento
que había en losmuelles, viendo el barco que
partió de noche,pitando aquel u tan bonito y agitando
las banderas al viento.Pidió una fotografía del puerto
y se la dieron.En la foto se veía unmontón de cosas: el
barco, el mar, la gente trabajando, el cielo, y estaba
él –el cerdito– contemplando el puerto.
Acudió allí durante bastantes días. Después, comenzó
a descubrir cosas nuevas. Adoraba la vida; se
reía de todo; parecía que no había en el mundo nadie
más feliz que él.
Pero un día le advirtieron de que no podía andar
por ahí deambulando.
–No ando sin ton ni son: estoy descubriendo cosas
–dijo.
–Eso no está bien: tienes que ir a la escuela a aprender
a leer y a escribir.
Y eso fue lo que hizo.
Nada más entrar en clase, saludó a sus compañeros
y los observó con detenimiento pensando para sus
adentros con quién podría congeniar.
Pero ellos lo miraron de reojo, le devolvieron un
«hola» seco y muy breve, y en el recreo nadie habló
con él. Y tampoco en los otros recreos que hubo después.
Una tarde, el profesor les avisó de que iba a haber
reunión de padres.
–Yo no tengo padre, señor –le dijo el puerco.

–Puede venir tu madre.
–Tampoco tengo, señor.
–Entonces, un hermano mayor.
–Pero no tengo hermanos.
–Tráete a un amigo entonces.
–No tengo.
Un grupito demonos que se sentaba al fondo de la
clase, y que se colocaba allí a propósito para armar jarana,
comenzó a reírse.El puerco se dio cuenta de que
se estaban riendo de él y le sentó fatal. Pensó: «¿Será
que no me aceptan porque ellos tienen familia y yo
no?».El profesor entonces sintió pena de él y decidió
contar un chiste para que todo el mundo se riera y se
olvidara así el asunto. Era un chiste de un papagayo
que tenía la manía de hacerse pasar por policía. Al
puerco, el chiste le pareció graciosísimo. Comenzó a
reír y no conseguía parar. Se rió tanto que acabó haciéndose
pis en la cartera. El compañero de al lado se
volvió hacia él y le soltó:
–¡Puerco!
Y lo dijo con fuerza, con rabia.
El grupo de monos que estaba al fondo de la clase
estalló en carcajadas.
El puerco dejó de reír de repente y se quedó mirando
asustado a su compañero: era la primera vez que
pronunciaban su nombre. Y lo habían hecho de tal
modo que hasta parecía que era un nombre feo. Sintió
que el corazón le latía acelerado dentro del pecho. Se
acabó la clase y su corazón seguía latiendo deprisa.

Lygia Bojunga

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