Cuando Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, llegó a España en 1560, siendo aún una adolescente, trajo consigo un cuadro grande para su Capilla, representando a la Virgen sola, tras la sepultura del Señor.
Cuando mas suelta estaba en la lengua castellana y conforme al deseo del Rey, su marido, cambió el confesor francés que había traído, por confesor español, lo escogió en la orden religiosa de los mínimos de San Francisco de Paula y su Camarera Mayor, la muy piadosa Condesa de Ureña, recomendó para tal fin a un fraile, muy piadoso también, Fray Diego de Valbuena, toledano, al que por orden del Rey se le permitió libre entrada en Palacio.
El Padre Valbuena, por su sincera humildad y timidez en pedir influencias, acabó ganándose la admiración de los Reyes, que haciendo una excepción a decretos facilitaron un solar cerca de la Puerta del sol, extramuros entonces de Madrid, donde se levantó el Convento de la Victoria de los mínimos.
Los mínimos eran devotos de los Dolores de María y Fray Simón Ruiz, que acompañaba a Palacio a Fray Valbuena y era experto en pinceles, ya tenía puestos los ojos en el cuadro francés de Dª Isabel, comprometiendo al confesor a que se lo pidiera para el altar mayor de la nueva iglesia.
Enterada la Condesa de Ureña, desaconsejó la petición pues “tienelo S.M. por prenda muy querida desde su niñez en Paris”.
Llegó este deseo a oídos de la Reina y ofreció al pintor Fray Simón el cuadro en préstamo, para que hiciera la más exacta copia. Pero viendo el lienzo convinieron en que se hiciera una copia, pero no de pincel, sino de bulto. Intervino aquí D. Fadrique de Portugal, Caballerizo Mayor de S.M., sugiriendo al escultor Gaspar Becerra.
Aceptó éste el real encargo y puso manos a la obra. Talló una cabeza, pero no gustó a la Reina, talló una segunda, que al igual que la primera, aunque estaba muy bien tallada no guardaba el parecido con la Soledad del lienzo, y la Reina sentenció: “Si a la próxima vez no lo lográis, me obligaréis, contra mi voluntad, a llamar a otro escultor y pintor”.
Volvió Becerra al taller, se puso en oración. Hacía mucho frío y crepitaban los leños en la chimenea, cuando en la madrugada decidió acostarse. En sueños una voz, que mas tarde no sabría decir si de hombre o de mujer, le susurra varias veces “Gaspar, despierta, levántate, ve a la lumbre; arde allí un grueso tronco de roble; mátale el fuego, sácalo y lábrale, que ahora sacarás la imagen que deseas”.
Lo hizo el artista y esta vez la Reina quedó admirada. Gaspar Becerra mismo pintó la talla.
Diego Valbuena preguntaba “¿Cómo la vestiremos?” La Condesa de Ureña replicó “misterio es éste que dice de soledad y viudez... pues, sea negro su hábito, Padre Valbuena, como mis propias sayas y tocas de solitaria viuda...” y le regaló a la imagen rico manto negro. Y en el Convento de la Victoria se conservó la imagen hasta la desamortización de Mendizábal en 1835.
¿Y las otras imágenes desechadas por la Reina? Una, la segunda tallada, fue para D. Fadrique de Portugal, el cortesano protector de los mínimos. Y la primera, “que era de hermosa faz, aunque no semejante a la de pinceles” la tomó el Padre Valbuena para su hermano prebendado en la Primada Catedral de Toledo” y que parece que había cedido los terrenos o había ayudado a los mínimos en la fundación del Convento madrileño. Este prebendado de Toledo era el Doctor sacerdote Francisco de Valbuena, muerto en Arganda y enterrado en su parroquia en 1591.
En el testamento de Valbuena y entre el inventario de sus bienes está “la muy devota imagen de Nuestra Señora sin su divino Hijo” que los cofrades de la Veracruz se aprestaron a llevar a la ermita, con el consenso del Cura Párroco y albacea, Jiménez de la Cámara.
Unos años después de cumplidos los dos siglos, la imagen, que nacía para una reina francesa, a manos de francesa plebe ardería, en fiero contraste con el leño librado del fuego por el artista para hacer de su madera la imagen hermana.
El Padre Valbuena, por su sincera humildad y timidez en pedir influencias, acabó ganándose la admiración de los Reyes, que haciendo una excepción a decretos facilitaron un solar cerca de la Puerta del sol, extramuros entonces de Madrid, donde se levantó el Convento de la Victoria de los mínimos.
Los mínimos eran devotos de los Dolores de María y Fray Simón Ruiz, que acompañaba a Palacio a Fray Valbuena y era experto en pinceles, ya tenía puestos los ojos en el cuadro francés de Dª Isabel, comprometiendo al confesor a que se lo pidiera para el altar mayor de la nueva iglesia.
Enterada la Condesa de Ureña, desaconsejó la petición pues “tienelo S.M. por prenda muy querida desde su niñez en Paris”.
Llegó este deseo a oídos de la Reina y ofreció al pintor Fray Simón el cuadro en préstamo, para que hiciera la más exacta copia. Pero viendo el lienzo convinieron en que se hiciera una copia, pero no de pincel, sino de bulto. Intervino aquí D. Fadrique de Portugal, Caballerizo Mayor de S.M., sugiriendo al escultor Gaspar Becerra.
Aceptó éste el real encargo y puso manos a la obra. Talló una cabeza, pero no gustó a la Reina, talló una segunda, que al igual que la primera, aunque estaba muy bien tallada no guardaba el parecido con la Soledad del lienzo, y la Reina sentenció: “Si a la próxima vez no lo lográis, me obligaréis, contra mi voluntad, a llamar a otro escultor y pintor”.
Volvió Becerra al taller, se puso en oración. Hacía mucho frío y crepitaban los leños en la chimenea, cuando en la madrugada decidió acostarse. En sueños una voz, que mas tarde no sabría decir si de hombre o de mujer, le susurra varias veces “Gaspar, despierta, levántate, ve a la lumbre; arde allí un grueso tronco de roble; mátale el fuego, sácalo y lábrale, que ahora sacarás la imagen que deseas”.
Lo hizo el artista y esta vez la Reina quedó admirada. Gaspar Becerra mismo pintó la talla.
Diego Valbuena preguntaba “¿Cómo la vestiremos?” La Condesa de Ureña replicó “misterio es éste que dice de soledad y viudez... pues, sea negro su hábito, Padre Valbuena, como mis propias sayas y tocas de solitaria viuda...” y le regaló a la imagen rico manto negro. Y en el Convento de la Victoria se conservó la imagen hasta la desamortización de Mendizábal en 1835.
actual imagen de Ntra. Sra. de la Soledad
El 6 de diciembre de 1808, las tropas napoleónicas quemaron en infame sacrilegio la Imagen de la que ya era la patrona de Arganda, la Santísima Virgen de la Soledad, aquella que Gaspar Becerra talló, casi dos siglos y medio antes, copiándola de un cuadro que hasta España había traído una adolescente Isabel de Valois cuando casó con el Rey Felipe II.
A finales de 1809, cuando se cumplía el triste aniversario de la profanación y se recrudecía la guerra, el sacerdote D. Marcelino Sanz Riaza, quiso gastar de su pecunio lo necesario para “la más bella imagen de la Soledad que el mejor artista hacer entonces pudiera”, por tal motivo buscaba por nuestros campos a un pastor para hacerle otro encargo distinto al de cuidar rebaño, era el escultor D. José Ginés y con él concertó D. Marcelino Sanz Riaza, representando a la devoción argandeña, una imagen de la Virgen, la actual de Ntra. Sra. De la Soledad.
A finales de 1809, cuando se cumplía el triste aniversario de la profanación y se recrudecía la guerra, el sacerdote D. Marcelino Sanz Riaza, quiso gastar de su pecunio lo necesario para “la más bella imagen de la Soledad que el mejor artista hacer entonces pudiera”, por tal motivo buscaba por nuestros campos a un pastor para hacerle otro encargo distinto al de cuidar rebaño, era el escultor D. José Ginés y con él concertó D. Marcelino Sanz Riaza, representando a la devoción argandeña, una imagen de la Virgen, la actual de Ntra. Sra. De la Soledad.
El Hermano Mayor de la Cofradía, Manuel Riaza, y sus Mayordomos y Directivos describieron al artista como querían la talla de rostro y manos, pues como la anterior, esta debería ser también de las de “candelero” o de vestir.
Querían que se conjugaran en la imagen dos expresiones: la de sentimiento resignado, porque es dolor de Madre santa y como tal dolorosa y sola se la vestía en Semana Santa. Pero habría de tener también la expresión de majestad, que como Reina en sus dolores, y vestida de gala. Ginés aceptó el encargo.
José Ginés nació en Polop, Alicante en 1768, estudió en la Academia de Bellas artes de San Carlos de Valencia y más tarde, mediante una beca, pasa a Madrid. En 1794 es nombrado escultor de cámara en la corte de Carlos IV, en 1817 llegó a ser Director de la Academia de Bellas Artes y en 1823 falleció repentinamente en Madrid.
Tres mil reales fueron los honorarios que el artista aceptó de D. Marcelino Sanz Riaza y el 24 de junio de 1810 el Cura Párroco D. José Hernández, bendijo la nueva imagen de la Virgen de la Soledad y la presentó y la expuso a la veneración de todo el pueblo. La misma imagen de la que el poeta andaluz afincado en el Arganda de finales del siglo XIX, José Jackson Veyán, exclamara: “que no hay Virgen más hermosa en los altares del mundo”.
La misma imagen de la que Castellano Cárles exclamó: “¡el arte no pudo hacer más! Parece que remontando hasta los cielos contempló a la Reina de los mártires, para representar a la que en los cielos reside”
Reseña extraída del libro “Arganda del Rey, apuntes para su historia” de D. Manuel Rodríguez-Martín y Chacón
Llanto en soledad
La soledad de la virgen, sin su hijo ya.
Escudo de Nuestra Señora de la Soledad, siete espadas atraviesan su corazón, siete dolores dejan a la virgen en soledad.
7 Dolores de la Virgen María
1.- La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesus
2.- La huida a Egipto con Jesús y José
3.- La pérdida de Jesús
4.- El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas
5.- La crucifixión y la agonía de Jesús
6.- La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
7.- El entierro de Jesús y la soledad de María
http://www.rafaes.com/html-2004/soledad-servitas-besm-2007.htm
ORACIÓN
"Dignísima Madre de Dios, que estando en pie junto a la Cruz de Jesús,
vuestro Unigénito Hijo, le visteis penar, agonizar y morir,
quedando sola y desamparada,
sin más alivio que amarguras,
y sin más compañía que tormentos.
Participar quiere mi alma, oh dolorida Virgen,
en vuestras penas y aflicciones,
para que os acompañe toda mi vida en el justo sentimiento
de la muerte de vuestro querido Hijo.
Permitidme, oh solitaria Tórtola, que os asista
continuamente en tan amarga Soledad,
sintiendo lo que sentís, y llorando lo que llorais.
Infundid en mi pecho, oh Madre del verdadero amor,
una encendida caridad para amar a vuestro Divino Hijo,
que por mi amor murió crucificado;
y concededme el favor que pido en esta oración, para gloria de Dios,
honra vuestra y provecho de mi alma. Amén"
Estampa
No hay comentarios:
Publicar un comentario