La semana pasada su mamá la llevó al oculista porque escribía con la nariz pegada al cuaderno como si estuviera oliéndolo.
El doctor Ruffo revisó a Nicoleta. Le hizo leer primero letras grandes y después cada vez más chicas.
A ella las letras chicas le parecían hormigas amontonadas.
Cuando terminó con las pruebas, el doctor Ruffo dijo:
-Esta nena va a tener que usar anteojos-. Y le dio una palmadita amistosa.
A Nicoleta la noticia le cayó como un ladrillo. ¿Para qué anteojos? Según ella, no los necesitaba.
En el camino de vuelta a casa la mamá de Nicoleta se agarraba la cabeza:
-¿Cómo voy a hacer para que no rompas los anteojos? ¿Te los ato?
¡Vas a precisar un par nuevo todos los días!
Miró preocupada a su hija y la besó en la nariz. Enseguida dijo, más preocupara aún:
-¿Podrá una nariz tan chica sostener un par de anteojos?
Al día siguiente Nicoleta estaba callada y con mufa.
-¿Qué le pasa a la nena? –preguntó la abuela, que vino de visita.
-Es que va a tener que usar anteojos…-le aclaró la mamá.
-¡Pero si muchos chicos usan anteojos! – comentó la abuela con optimismo.
Nicoleta pensó que no muchos usaban anteojos. Más bien eran pocos. Además, ¡por qué justo a ella?
El día que los estrenó, el papá de Nicoleta llegó del trabajo, la alzó y la llenó de besos.
-¿A ver, mi princesita? ¡Muéstreme esos anteojos! ¡Qué bien le quedan! ¡Qué linda está! ¡Qué preciosura de nena!
Nicoleta pensó que su papá exageraba.
Exageraba a propósito. Ella no se sentía una preciosura.
Esa misma noche el abuelo de Nicoleta se apareció con una bolsa de caramelos para ella.
Nicoleta pensó que el regalo tenía que ver con los anteojos. Todo el mundo trataba de consolarla. También su tía Flica, que le dijo:
-¡Parecés mucho más interesante ahora!
Y la vecina de al lado, que le dijo:
-¿Parecés mucho más grande ahora!
Ella no quería parecer ni más grande ni más interesante.
A la mañana siguiente Nicoleta llegó a la escuela con los anteojos nuevos y cara de “a ver qué me dicen”.
Los chicos la miraron divertidos. Los anteojos pasaron de mano en mano. Todos querían probárselos. Se los ponían, hacían caras y preguntaban “¿Cómo me quedan”
Ella no entendía qué podía tener eso de divertido.
Cuando la maestra la vio con los anteojos, le dijo:
-Desde hoy te vas a sentar en el primer banco, así leés mejor el pizarrón.
Pero ella quería sentarse en el último para charlar a gusto con su amiga Mercedes.
Todo mal. Los anteojos eran puro inconvenientes. Y ninguna ventaja, hasta ahora.
Esa tarde, cuando estaba por encender el televisor, llegó su tío Fredy.
Le tiró de las trenzas. Fredy traía un secreto guardado en una mano.
-Adivina qué tengo acá.
Él siempre se aparecía con cosas raras.
-¿Cómo voy a saberlo si tenés la mano cerrada?
-Entonces la abro.
Algo muy chico voló de la mano de Fredy y se posó en la de Nicoleta.
-¡Es un bichito de San Antonio!
-¿Y cómo es? –le preguntó Fredy.
-Tiene dos alas, seis patas, dos antenas y puntitos negros en el lomo.
-Cuántos puntos tiene?
Nicoleta los contó sin problemas.
-Siete –dijo con seguridad. -¡Pero vos no los ves…?
-No.
A Nicoleta le dio risa. Acababa de entender una cosa importante:
-Fredy: vas a tener que usar anteojos.
EMA WOLF
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