Platero y yo, es una narración lírica, Juan Ramón Jiménez recrea poéticamente la vida y muerte del burro Platero, dedicada “a la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles” y se presenta en el formato de breves capítulos.
Platero y Yo, es la obra más popular del autor español Juan Ramón Jiménez.
El hecho de que el libro fuese publicado en 1914 por la editorial La Lectura, de Madrid, en una selección de 63 capítulos, realizada por el propio autor, en su colección Biblioteca Juventud, sumado a que el prólogo se titulara “Advertencia a los hombres que lean este libro para niños”, generó la creencia que se trataba de una obra para niños, por lo que fue erróneamente encasillada en el género de la literatura infantil.
Al ser publicada en el año 1917 la edición completa, integrada por 138 capítulos (Editorial Calleja, Madrid), fue evidente que en realidad Platero y Yo se trataba de un texto para adultos, si bien su sencillez, accesible lectura y transparencia son perfectamente adecuados para estimular la imaginación de los niños, los cuales lo aprecian sobremanera.
En lo que se refiere a mi pensar y sentir, es uno de mis libros infantiles favoritos. No encuentro en otro la pulcritud del cuento, la pureza de sentimientos y la sencillez de gestos y actitudes.
Además, la unión entre Platero y ese muchacho, hacían del camino del cuento un placer por la lectura del libro. No hay más tristeza cuando se lee el capítulo en donde Platero muere, algo del lector se va con él y algo de Platero queda para siempre en el corazón .
A continuación se puede leer el primer capítulo del libro, puerta abierta a la belleza de la pureza:
"Platero"
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
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