BUBONIS

BUBONIS

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL OVILLO

(Continúa del Cap. II, El Aprendiz.)

Capítulo III  


Del Club de los Libros Perdidos




Estaba yo por salir de la biblioteca, cuando ocurrió un incidente que tiempo después sería la punta de un ovillo que, al recorrer su cordel, me llevaría a algo totalmente inesperado y nuevo para mí.

La cuestión hubiera sido del todo intrascendente para cualquiera, y haré el recuento exacto de lo ocurrido para que cada quien juzgue a su parecer. Un hombre de mediana edad que recordaba de otras esporádicas visitas, siempre junto a su siervo como en el presente caso, había encontrado en uno de los libros que estaba leyendo una flor marchita que había estropeado con su savia varias páginas hasta hacerlas ilegibles. Con una indignación que me pareció exagerada hasta el ridículo y muy propia de gentes de una casta acostumbrada a servirse de todas las demás, se acercó al escritorio donde estaba la señora Ágata y la increpó aludiendo la falta de cuidado que se le prestaba a los libros, teniendo en cuenta que eran elemento primordial de la biblioteca y merecían una atención que en ese lugar gozaba de una escandalosa vulgaridad y cosas semejantes. Dicho esto, extendió el libro ante la anciana, que poco a poco mientras hablaba el hombre iba levantando su mirada desde el libro que la ocupaba. El aristócrata lo abrió entonces en la página donde estaba aprisionada la flor y mostró la mancha amarillenta que ésta había provocado, y que bastaba a justificar la teatral escena que más tarde lo hice protagonizar en mis notas personales, con muy distintas características.

Ante mi curiosidad y la atención de los demás lectores de la biblioteca que por un momento suspendieron sus líneas y volcaron sus ojos alertas a la mujer, la señora Ágata se limitó a tomar el libro, extrajo la flor y la colocó en un cuenco de arcilla que tenía en uno de los anaqueles más bajos, y lo posó sobre el libro abierto, para dejarlo por fin al costado del escritorio más próximo a la ventana.
Luego dijo sin perturbarse:
- Vuelva en una semana, el problema estará resuelto entonces.

Y a como volviera su vista a su propio libro, el aristócrata, sorprendido de haber sido desestimada su interpretación hasta tal punto, gesticuló unos instantes sin mayor criterio y partió ante mí, que entretenido de la situación terminé por sostenerle la puerta maquinalmente y saludarlo sin recibir respuesta, pero sí un tímido asentimiento de su siervo, que fielmente detrás de él se marchó siguiéndole el paso veloz. Sólo entonces partí en la búsqueda de María, con un resabio de divertimiento en mis labios, y preguntando para mis propias apuestas, si en verdad volverían al cumplirse el plazo.

Pero dejaré la conclusión del relato para más adelante, de modo de respetar el orden de las cosas como realmente ocurrieron.

Estaba aproximándose la primavera y algunos árboles lo hacían recordar, pero si bien la crudeza del invierno estaba menguando, la humedad del Río de La Plata se resentía hasta los huesos. Afortunadamente la dirección que María había dado en el registro de la biblioteca no estaba muy lejos, apenas unas calles más al norte del mercado. Resultó tratarse una casona imponente, de mediados del siglo pasado al menos, a juzgar por el estilo francés de su arquitectura, y fue sólo cuando llame a las enormes puertas que vedaban el interior de la mansión que supe que me había precipitado nuevamente. En verdad no contaba con un pretexto válido para semejante indiscreción, pues una mera corazonada no bastaba para importunar a ningún eventual visitante de la biblioteca, mas la puerta se abrió antes de que pudiera idear ningún plan que me excusara.
-Buenas tardes señor, ¿qué desea? – dijo el grave mayordomo inspeccionándome con igual gravedad de pies a cabeza.
-Busco a la señorita María Márquez, si fuera tan amable, es por un asunto de la biblioteca – dije posponiendo el tema de las improvisaciones a medida que fueran necesarias.
-¿María Márquez? – repitió casi para sí mismo.
-Sí, una muchacha delgada, de cabellos oscuros, no debe llegarme a los hombros. Disculpe si me he equivocado, pero es el caso que dejó esta dirección en el registro.
-Ella está muerta, señor – dijo mirándome fijamente -. Fue hace dos semanas. Era el ama de llaves de la casa y su descripción encaja con la muchacha.

-¿Muerta? – después de todo mi instinto no me había engañado y algo me presionó fugazmente el pecho -. Pero ¿cómo?

- La encontraron a pocas calles de aquí una mañana, hace dos semanas como le he dicho. Apuñalada, por unos asaltantes, sin duda. La desdichada se resistió, o acaso no llevaba cuánto ellos hubieran esperado…Si María ha retirado algún libro y…y le ha sido imposible devolverlo ante este imprevisto, haré que se lo busquen y envíen de inmediato.

- Oh, no, no se trata de eso...es que…yo…
El mayordomo me miró un instante furtivamente, y al cabo llegó a una conclusión, que aunque errada, me ahorró más explicaciones que me evitó más titubeos:
- Señor, le pido entonces que se retire. La niña era muy querida en la casa, y no es oportuna su indiscreción. Buenas tardes.

Y dicho esto me cerró la puerta en la cara.

Al marcharme una ráfaga de viento helado me obligó a sujetar mi sombrero y levantar el cuello de mi traje. Pero algo seguía sin cuadrar. Un asalto inesperado no justificaba el miedo que yo había descubierto en ella la última vez que la vi. Antes de atravesar los jardines que separaban la mansión de la calle, una sensación de saberme observado hizo que me volviera hacia una de las ventanas del primer piso de la casa, y por un huidizo instante hasta que las cortinas blancas se corrieran, distinguí la silueta de un joven, y si mi imaginación no jugaba con mis sentidos, estaba dispuesto a jurar que tenía el mismo destello de incertidumbre en sus ojos que el ama de llaves portara dos semanas atrás.

Pasé los siguientes días al pendiente de cualquier noticia de los periódicos, pero al parecer no había investigación policíaca para las cuestiones atenientes a la servidumbre de la ciudad. Sin duda se había dado por un atraco de bandidos para no dedicar más atención al asunto, pues tampoco encontré que hubiera habido noticias en los días siguientes a su muerte. Frecuentemente caminé por delante de la casa, a muy distintos horarios, con la expectativa de descubrir algún indicio de algo, por mínimo que fuera. Pregunté discretamente y no tan discretamente por los asuntos de la familia entre los vecinos de la manzana y los tendederos de los mercados, pero nadie sabía dar más detalles que repetir una y otra vez la versión del mayordomo, sin contar con los agregados del rumor, que pocas veces traían algo útil consigo. María Márquez no tenía familia que la despidiera, así que su entierro fue organizado por la familia de la casa donde servía, los Remigio, e incluso asistieron algunos de los vecinos que entrevisté, y todos dieron cuenta del dolor de la señora y de incluso su hijo por la pérdida. También resaltaron la entereza del señor Remigio, quien era sabido que la tenía en su estima, pero que se comportó como un caballero, digno heredero de su sereno estirpe.

Así que el joven de la ventana era el hijo de los Remigio. Tomás Remigio, según me informaron. El mismo Tomás que jamás volvió a correr las cortinas sin importar cuán atento o cuántas veces yo pasara frente a su casa.

De esta forma transcurrió una semana desde que iniciara mis investigaciones, que estaba a punto de dar por infructuosamente terminadas cuando el giro que tomó el encuentro de Ágata con el aristócrata del libro inspiró en mí la suficiente confianza como para que le revelara lo que había ocurrido con María, o mejor sea dicho, me obligara a hacerlo si no quería que la cuestión acabara sin más…



LAS MENINAS




Las Meninas es la obra más famosa de Velázquez. Fue pintada por el genial artista sevillano en 1656 según Antonio Palomino, fecha bastante razonable si tenemos en cuenta que la infanta Margarita nació el 12 de julio de 1651 y aparenta unos cinco años de edad. Sin embargo, Velázquez aparece con la Cruz de la Orden de Santiago en su pecho, honor que consiguió en 1659. La mayoría de los expertos coincide en que la cruz fue pintada por el artista cuando recibió la distinción, apuntándose incluso a que fue el propio Felipe IV quien lo hizo. 
La estancia en la que se desarrolla la escena sería el llamado Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, estancia que tenía una escalera al fondo y que se iluminaba por siete ventanas, aunque Velázquez sólo pinta cinco de ellas al acortar la sala. El Cuarto del Príncipe estaba decorado con pinturas mitológicas, realizadas por Martínez del Mazo copiando originales de Rubens, lienzos que se pueden contemplar al fondo de la estancia. 
En la composición, el maestro nos presenta a once personas, todas ellas documentadas excepto una. La escena está presidida por la infanta Margarita y a su lado se sitúan las meninas María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco. En la izquierda se encuentra Velázquez con sus pinceles, ante un enorme lienzo cuyo bastidor podemos observar. En la derecha se hallan los enanos Mari Bárbola y Nicolasillo Pertusato, este último jugando con un perro de compañía. Tras la infanta observamos a dos personajes más de su pequeña corte: doña Marcela Ulloa y el desconocido guardadamas. Reflejadas en el espejo están las regias efigies de Felipe IV y su segunda esposa, Mariana de Austria. La composición se cierra con la figura del aposentador José Nieto....



http://www.artehistoria.com/genios/videos/222.htm

martes, 30 de octubre de 2012

EL APRENDIZ

El Club de los Libros Perdidos  (Continúa de Cap I, La Biblioteca del Extraño Anuncio)
Capítulo II
“El aprendiz”




Buenos Aires no estaba cumpliendo con ninguna de las promesas que yo mismo me había hecho al partir de mi pueblo. En las calles de la gran ciudad los rumores de la guerra próxima se escuchaban con más fuerza y las

 botas de la milicia que el gobierno desplegaba repartían sus pasos volviéndose a fuerza de repeticiones, una parte más del paisaje de sus barrios. Yo ni había encontrado las oportunidades ausentes en mi pueblo, ni había encontrado más que ausencias entre los millones de citadinos asustados que empezaban a acostumbrarse a esa expectativa desgastante que llega a reclamar que estalle la tragedia, con tal de no tener que esperar más su amenaza. Pero aún faltaba para todo eso. Un día, un año, todo era cuestión de cuándo se produjese el primer malentendido entre los voceros de ambos países, o la primera voz de resistencia en el pueblo para que la guerra se hiciera hacia adentro. Sin embargo nadie mencionaba nada de esto, como si el callarlo hiciera que el destino también diera vuelta la cara a lo que vendría, como si el sortilegio silencioso de las multitudes pudiera evitar lo inevitable.
Entretanto, la señora Ágata estaba ajena al mundo que existía a su alrededor. No le parecía apropiado preocuparse por las cuestiones políticas por más candentes que estas fueran, mientras hubiera pilas de libros que demandaban nuestra atención. O eso al menos pretendía aparentar. Con todo, he de decir que si bien desde el primer momento se decidió como mi protectora y el mismo día en que la conocí me dio un adelanto para poder arrendar una habitación en el Hotel Babel, cuando este aún era un sucio conventillo, y lo suficiente para que acompañara las comidas de la semana, la impresión de su antipatía original fue algo que no me decepcionó.
- Entiendo que usted es adepto a la lectura – preguntó aquella primera vez mientras yo hincaba mis dientes en la tercera de sus galletas, dando algún sorbo a su té para bajarla por mi garganta.
- En efecto – contesté -, he sabido tener una biblioteca de varios cientos de ejemplares en mi antiguo hogar.
-Hum. Shakespeare, Kipling, Cervantes, Homero, Byron, serán nombres conocidos para usted, entonces – dijo clavando los ojos en el fuego de la chimenea mientras atizaba las brasas.
- Conozco sus obras tanto como para recitarlas lo mismo fielmente que los nombres de mis abuelos.
-¡Hum! Y diga, jovencito presuntuoso, Saramago, Giardinelli, Galeano, Neruda, Allende y Rice, ¿serán acaso lo mismo que sus tíos y tías?
- Y sin embargo respeto sus obras como si lo fueran de mis hermanos y hermanas – retruqué a su embestida.
- Pues vaya que tiene una parentela curiosa. Espero que sepa entonces tener a raya las ramas de tan frondoso árbol genealógico. Si no me permito errores propios en el catálogo, no seré más indulgente con usted.
- Me parece justo, señora.
-Bien, entonces diga, si yo buscara leer un clásico antiguo pero en letras de un autor moderno, ¿tendría alguna sugerencia de su parte?
- Algunas. Creo que “Ilión” y la saga a la que da origen este libro de Dan Simmons sería una buena composición a raíz de los poemas homéricos con ese agregado semítico para parte de la mitología futurística que construye. Shakespeare no aporta menos personajes encubiertos o no tanto a la obra, y Hans Moravec se sentiría elogiado de concebir los alcances de sus supuestos. Estimo que Shelley no debe poco al mito del Prometeo heroico que sufre aún en las montañas de Escitia, de hecho, su mismo Frankenstein lo reconoce. También “Alicia en el país de las maravillas” debe mucho a la alegoría de la caverna que Platón siempre…
- Suficiente. Entendí la idea – interrumpió Ágata, y continuó suspicazmente -. Si en vez de eso le pido un relato histórico y otro ficcional de nuestra actualidad, ¿tendría qué ofrecerme?
- Eso dependerá del contenido de su biblioteca.
- Mi biblioteca tiene todo cuanto necesita tener, puede creérmelo.
- Bien, pues creo que nada más parecido a la actualidad a las intrigas romanas o las vísperas del ascenso de Bonaparte. En cuanto a las ficciones las páginas de 1984 son más que proféticas en…
-¡Silencio! ¡Silencio! Muerda su lengua antes de seguir – gritó Ágata cerrando los ojos furiosamente y crispando sus manos sobre la mesa, lo que hizo temblar la tetera y a mí saltar de la silla ante su reacción -. Imprudente, recuerde que el anuncio reclamaba una boca cerrada. Con sus últimas palabras ha logrado que quemen mi biblioteca y nos ha puesto a ambos en una celda, sino algo peor. Jamás se sabe quién entra por ese umbral, ya un lector corriente, ya un agente furtivo del gobierno, imposible saberlo. Imposible. Me temo que empezará como aprendiz porque sabe demasiado para otra cosa, y sólo porque aún los aprendices no abundan últimamente. Obsérveme, atienda al orden que doy a los libros, sus géneros y autores, aprenda cómo hablo con los visitantes, y sobre todo, entienda por qué callo lo que callo, y por qué digo lo que digo.
Poco a poco fui entendiendo lo que me decía, tenía razón, mi lengua imprudente seguramente me habría condenado si me encontraba con la celada de la persona equivocada. Pero aún así tenía que insistir.
-Sí…he sido precipitado. Pero ¿estoy equivocado, acaso?
-Por supuesto que no, y espero que estuviera por acudir a su mente Bradbury y su Fahrenheit 451 cuando lo interrumpí; al menos para tener presente lo que pueden provocar sus ligerezas – dijo dirigiéndose a la puerta que daba al salón principal de la biblioteca -. El público vendrá en cuestión de minutos, será mejor que se aseé, empieza a trabajar ahora mismo.
Al rato me hallaba un poco más presentable y desde entonces me apliqué a conocer el orden de cada autor, de cada obra, de catalogar por año y edición cada uno de los tomos en su lugar correspondiente. Fui tomando nota de los libros que partían y de los que días después volvían a reclamar su lugar. Pero también fui adquiriendo algunos pasatiempos que me permitían los escasos ratos de ocio en la jornada. No puedo precisar el momento exacto, pero sí que no muy lejano a cuando empecé a trabajar en la biblioteca, que también comencé a imaginarme cómo serían las vidas de quienes la frecuentaban, en base a su aspecto, a sus movimientos, a los libros que escogían. Así, los días se sucedían y luego las semanas, y poco a poco fui conociendo a los lectores que llegaban. Algunos de paso, otros volvían para buscar nuevos libros y unos pocos preferían leer en la biblioteca. Y en verdad Ágata había logrado que el salón fuese tan cálido y silencioso, con tan suaves fragancias seductoras y penetrantes de la resina del piso y los estantes, que cualquiera lo pensaba dos veces antes de marcharse.
De todas las personas que pasaban por el salón, María fue una de las primeras que llamó mi atención. La humilde muchacha era una gran adepta de Bécquer aunque nunca se llevaba sus libros. Eso daba mucho para que yo especulara, y sus rizos azabaches que sabían esconder su mirada serena y soñadora, daban un perfecto marco a su piel de marfil y mucho para saber de ella sin saber en verdad de ella. Pero poco después de que empezara a escribir sobre María en mis notas, dejó de venir a la biblioteca.
Pasó una semana, pasaron dos. He dicho que mi memoria jamás deja escapar nada, ni por muy trivial que a cualquiera pudiera parecerle, y debo decir ahora que mi intuición no es menos cosa que aquella. Unidas ambas, me persiguieron durante esas dos semanas, porque yo había notado algo anómalo en sus movimientos la última vez que nos visitara. Un miedo incipiente debajo de la piel, una mirada casual en busca de auxilio, una palabra antes de despedirse que guardaba un temor hondo que no llega a pronunciarse.
Decidí investigar qué había sido de ella. Falsifiqué los datos del libro de retiros e hice figurar un pendiente en su poder, de modo de ausentarme con el consentimiento de Ágata y buscarla…



Continuará....

lunes, 29 de octubre de 2012

LA TORRE EIFFEL- PARÍS - FRANCIA


 Gustavo, Gustave, o Gustav Eiffel (cada país tiene sus gustos) nació el 15 de diciembre de 1832 en Dijon, Francia.
Podríamos decir que Eiffel fue un adelantado a su tiempo, ya que este ingeniero químico (no pudo realizar la ingeniería que el quería al suspender el examen de acceso a la Escuela Politécnica Francesa) aplicó novedosas soluciones en la construcción de importantes obras públicas.

Gustavo Eiffel

 Tras graduarse en 1855, Gustavo Eiffel comenzó a trabajar para una empresa de equipos de ferrocarriles franceses, antes de fundar su propia empresa, Eiffel et Cie, una empresa que rápidamente alcanzó prestigio internacionalmente por su forma de trabajar el hierro y su aplicación en grandes obras públicas.
  Su primera gran obra fue en 1877 (antes había ya aportado notables soluciones innovadoras en diferentes puentes y pasos elevados que en la época eran de una construcción realmente compleja) fue un puente sobre el río Duero que unía (y une) las localidades de Porto y Gaia, en Portugal, un impresionante viaducto de 160 metros de longitud, aunque sin la menor duda su obra cumbre fue la Torre Eiffel de París.
  Gustavo Eiffel fallecería el 27 de septiembre de 1923, a la edad de 91 años, y sería enterrado en la localidad en la que residía, Levallois-Perret, localidad limítrofe con París.



La Torre Eiffel es sin duda una de las maravillas del mundo  moderno, y el símbolo más representativo de Paris, la ciudad más visitada del mundo y una de las más bellas del planeta. En efecto, resulta muy difícil, si no imposible, imaginarse Paris sin la Torre Eiffel, o la Torre Eiffel sin Paris para ser contemplado desde lo alto de la misma. 

En 1889 la Torre Eiffel contaba con una altura de 312 metros, si bien con las posteriores instalaciones de antenas de radio la altura de la Torre Eiffel se sitúa hoy en día en 324 metros, siendo este el punto más alto de cualquier construcción presente en París.

Todo comenzó con la organización de la  conmemoración del centenario de la Revolución Francesa. Entre los muchos proyectos presentados, figuraba uno cuyos primeros estudios databan de 1884 y estaban avalados por el célebre ingeniero Gustav Eiffel, y el proyecto consistía en la construcción de una inmensa estructura metálica en forma de torre que sería vista desde una enorme distancia. El proyecto, lejos de enamorar a los parisinos, tuvo un enorme rechazo social, pese al cual finalmente la Torre de Eiffel sería levantada e inaugurada el 31 de agosto de 1889, tras tres años de obras y polémicas.

Pese a lo impresionante de la obra, lo cierto es que la Torre Eiffel no acababa de gustar, y los parisinos la veían como un inmenso armatoste de hierros, así que se fijó la fecha de 1900 como tope para ser desarmada, tras la conclusión de la Exposición Universal que debía albergar Paris en ese año.
Llegó el año 1900 y todo parecía indicar que la Torre Eiffel sería demolida pese a los intentos infructuosos de los que la admiraban por encontrarle un uso práctico para justificar su conservación frente a sus detractores, y finalmente, sería la armada francesa quien acabaría por salvar la vida de la Torre Eiffel, ya que tras unas pruebas del ejército con equipos de transmisiones se llegó a la conclusión de que la Torre Eiffel era un lugar privilegiado para la instalación de antenas y equipos de radio, con lo cual la Torre Eiffel ya tenía un uso práctico que provocaría su amnistía y pararía los proyectos de "ejecución".

Pese a los millones de turistas que la visitan cada año, la Torre Eiffel tiene secretos que han permanecido celosamente guardados durante años, si bien ahora todos estos secretos salen a la luz y es posible visitar salas hasta ahora reservadas para el personal de la Torre Eiffel, como son la impresionante sala de máquinas (desde donde hoy en día se siguen controlando los ascensores), el bunker construido durante la Segunda Guerra Mundial bajo los Campos de Marte o la "galería técnica" situada en el primer piso.  
Por motivos de seguridad, para visitar estas estancias "secretas" es obligado realizar esta visita con un guía autorizado, a diferencia de la visita normal a la Torre Eiffel, que se realiza con total libertad (dentro del piso al que nuestra entrada de derecho, claro). Pese a que esto haga que la visita sea más cara que subir a la Torre Eiffel, el hecho de que la visita sea guiada nos permitirá conocer anécdotas, detalles y curiosidades que de otra forma no tendríamos forma de conocer.









Información tomada de: http://torreeiffel.free.fr

domingo, 28 de octubre de 2012

EL CORTE INGLÉS - ESPAÑA


La primera tienda El Corte Inglés

El Corte Inglés toma su nombre de una pequeña sastrería fundada en 1890 y situada entre las calles Preciados, Carmen y Rompelanzas, de Madrid. En 1935, D. Ramón Areces Rodríguez, avalado por su tío César Rodríguez, compra la sastrería iniciando así su aventura empresarial. Tras la Guerra Civil española, en 1939, adquiere también en Madrid una finca en la calle de Preciados, número 3, de la cual se destinan a la venta las plantas baja, primera y parte de la segunda. En junio de 1940, cuando el negocio contaba con un total de siete empleados, Ramón Areces constituye la sociedad El Corte Inglés, con su tío César Rodríguez como socio y primer presidente de la compañía. 
Entre los años 1945 y 46 se acomete la primera reforma en la totalidad del edificio, con lo que la superficie de venta pasa a ocupar un total de 2.000 m2 distribuidos en cinco plantas. Se da comienzo así a la estructura definitiva de venta por departamentos, propia de un gran almacén. Entre los años 1953 y 1955 se incorpora el edificio colindante de Preciados, número 5, con lo que el conjunto duplica la superficie de venta ocupada hasta entonces. Con el tiempo se irán realizando sucesivas ampliaciones y modificaciones con el fin de ofrecer una imagen moderna y adecuada a las demandas y necesidades de la sociedad. 

La década de los sesenta fue clave para la expansión de El Corte Inglés como gran almacén, por la inauguración de nuevos centros en Barcelona, Sevilla y Bilbao, además de Madrid, donde iba aumentando el número de implantaciones, al mismo tiempo que las ya existentes se consolidaban con una creciente oferta comercial. 

Desde finales de los 60 hasta mitad de los 90, tiene lugar una fase de fuerte crecimiento del Grupo, marcado por la expansión a otras capitales de provincia y por la diversificación de su actividad comercial, que pasa a tomar posiciones en otros ámbitos de negocio. Así, en 1969, se constituye la sociedad Viajes El Corte Inglés, diez años después se crea Hipercor, y en 1982 se adquiere la sociedadCentro de Seguros. Los años ochenta fue una década intensa que concluyó con la muerte de Ramón Areces el 30 de julio de 1989. Durante todos los años anteriores, el presidente había ido preparando a su sucesor, Isidoro Álvarez, que desde 1966 ocupaba el cargo de consejero director general. 

Cuando Isidoro Álvarez accedió a la presidencia de El Corte Inglés el 2 de agosto de 1989 era un gran conocedor del negocio. En 1989, se constituyen y empiezan a operar dos nuevas sociedades del sector asegurador. Por un lado, Seguros El Corte Inglés, Vida, Pensiones y Reaseguros, y por otro, Seguros El Corte Inglés, Ramos Generales y Reaseguros, S.A. Este periodo de crecimiento sostenido culmina en 1995 con la consecución de un hito importante: la adquisición de las propiedades inmobiliarias de Galerías Preciados, la incorporación a la plantilla de 5.200 empleados y la realización de fuertes inversiones para adecuar los activos adquiridos a la política comercial y a la cultura empresarial del Grupo. 

En julio de 1997, El Corte Inglés firmó una carta de intenciones para fusionar su filial The Harris Company (adquirida en 1981) con la cadena estadounidense Gottschalks Inc. La operación final se produjo a finales de este año. El 29 de junio de 2001 la empresa Hipercor adquiere cinco hipermercados a la sociedad Carrefour, así como las galerías comerciales correspondientes. Todos estos activos estaban incluidos en el plan de desinversiones obligado por el Gobierno tras la fusión de Pryca y Continente. Los cinco hipermercados están ubicados en Burgos, Valladolid, Avilés, Sevilla y Málaga. El lunes 2 de julio del mismo año se produjo la apertura de todos los hipermercados bajo la enseña Hipercor. 


El Corte Inglés de Albacete, fachada de placas solares.

Este mismo año contó también con otros hitos importantes dentro del Grupo. El 23 de noviembre se inauguró al público el primer gran almacén de El Corte Inglés en el exterior, concretamente en Lisboa (Portugal). El centro está ubicado en la zona del Alto del Parque Eduardo VII, en la confluencia de la Avenida Antonio Augusto de Aguiar, la Avenida de Sidonio Paris y la Rua de Marquês de Fronteira, una de las zonas más comerciales de la capital portuguesa. 

Pocos días después, en el mes de diciembre de 2001, El Corte Inglés adquirió a Marks & Spencer los nueve centros pertenecientes al grupo británico después de que éste decidiera cesar sus operaciones en España. El día 18 de diciembre se abrieron al público estos centros, ubicados en Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla y Valencia. 

El 2 de diciembre de 2004, El Corte Inglés amplió su oferta comercial en Asturias con la reapertura de los siete supermercados Champion adquiridos al grupo Carrefour. Las tiendas operan bajo la enseña comercial de Supercor. Otro de los momentos clave de la historia del Grupo fue la adquisición en diciembre de 2006 de la sociedad Ason Inmobiliaria, propietaria, entre otros activos, del solar del edificio Windsor (que se había quemado casi dos años antes) y del 20% de Torre Picasso, ambos en Madrid. Pocos meses después, en julio de 2007, la compañía vendió a FCC su participación en este último inmueble al mismo tiempo que avanzaba en el diseño para convertir el solar del Windsor en un edificio que albergara uno de los mayores y más modernos centros comerciales de Europa. 

A finales de 2010 se abre la zona comercial de este nuevo edificio que está unido al establecimiento de El Corte Inglés de Castellana. En Octubre de 2011 se inauguran nuevos espacios y servicios como el Gourmet Experience, las Calles del Lujo, y el Espacio de Salud y Belleza; pocas semanas después, el buque insignia de El Corte Inglés presenta el Espacio de las Artes, su primera galería de arte contemporáneo, en el edificio de Castellana 85.




sábado, 27 de octubre de 2012

LA BIBLIOTECA DEL EXTRAÑO ANUNCIO



Capítulo I:
"La biblioteca del extraño anuncio"







Algunas noches todavía me pregunto sobre esa cuestión que a lo largo de los años me ha provocado tantos desvelos y angustias. Vuelvo por los escondrijos y oscuros pasillos de mi memoria intentando dar respuesta a esa pregunta imposible que inútilmente pretende saber si son los tiempos difíciles los que nos hacen a nosotros, o si en cambio nosotros, 

somos los que en tiempos peligrosos logramos ser todo lo que había esperando en nuestros destinos.
Dicen que un hombre sólo puede medir la altura real de su espíritu cuando se halla frente a un abismo. Y ciertamente, los tiempos de mi historia eran esos. Un abismo a cada paso, el terror en cada vuelta de esquina, aguardando.

Sé muy bien que el amable lector tomará todo esto como una historia más, de hecho, cuento con ello. Cuento con que como tantas otras veces, cuando acierte el punto final a mi relato, se lo catalogue mal, como algo fantástico, como algo imposible y que termine en el anaquel que no merece, el que cuenta la historia verdadera pero con el tamiz del descreimiento que echa sombras a las verdades de la humanidad. Pues nuestra Sociedad debe permanecer en secreto. Así es que cuando un incauto pregunte: “¿has oído algo de ese Club que…?”, busco que jamás obtenga como respuesta algo diferente a un: “He leído el libro, sí…, pero no pasa de una farsa, no encubre más que una imaginación afiebrada y una mala forma de atar pobres ideas”.
Lo escribo para que sea una mentira.

Haré todo lo posible para que estas líneas permanezcan siempre entre las páginas de ficciones, en los ensueños que nadie se atreve a creer, y para que así sea comienzo por jurar que cada punto y palabra de lo que relataré es absolutamente cierto aún a costa de todas sus apariencias fantásticas, y que el hecho de que haya alterado y trocado los nombres reales de los personajes reales de este testimonio, por otros ficticios de personajes ficticios, sólo tiene como fin que los tomes por estos. Y que ni atines a creer que esconden a personas de carne y hueso, que aún así están ahí, resistiendo escondidos a la vista de todos.

Siempre he padecido de una memoria excelente, tal que pocas veces me permite los descansos del olvido. Así es que el hecho de que no recuerde por qué llegué a esa ciudad y a esa biblioteca debo juzgarlo como un olvido voluntario, como un traspié conciente de mi mente, que sus razones tendrá. Lo cierto es que tras mucho buscar y ya con pocos pesos acompañándome en los bolsillos, llegué al barrio de San Telmo, en Buenos Aires. El año no es importante, ni tampoco las marcas del almanaque, pero recuerdo que había llegado en tren desde el interior de la provincia varias semanas atrás, y había dormitando en la esquina que lo permitiera cuando se me había terminado el dinero para las habitaciones, aún para las que no merecían tal mote. El frío de esos días era cruel, ese recuerdo todavía mantiene sus dientes en mi carne, y como diera a entender, un azar que no pretendo juzgar me había llevado a encontrar ese trozo de periódico de domingo, donde se solicitaba un asistente de bibliotecario en la calle cuya cita exacta no viene al caso. Las pretensiones me parecieron extravagantes desde un principio, “Joven, de buen corazón, ojos lectores y boca cerrada”. La juventud es un término relativo y pensaba que podría tener suerte; la cuestión cardíaca, pues bien, de niño he tenido un leve soplo, pero no más que eso, y en cuanto a las otras ridiculeces, bien sabía yo que si mis ojos leían algunos billetes para llenarme el estómago, con toda gratitud podría mantener la boca cerrada al masticar. Entonces allí estaba esa mañana, frente al umbral de la biblioteca y soportando una llovizna triste y fría antes de tocar a la puerta.
Nada. Ningún paso se escuchó en el interior. Era temprano pues mi digestión pocas veces respetó relojes, pero no en demasía. Incluso ya se veía algunas luces tenues, titilando al otro lado de las ventanas; me asomé a la más cercana y vi una sombra recorriendo los pisos y arrastrando una anciana tras ella. Volví a llamar, molesto por tener que insistir y antes de mi tercer toque la puerta se abrió, ante lo cual tuve que refrenar mi puño antes de derribar a la mujer.
- La biblioteca está cerrada hasta dentro de una hora, joven – la anciana no pareció asustarse por la accidental cercanía de mi mano detenida a un palmo de su mano, algo que juzgué de buen augurio, tanto como que hubiera aceptado tan pronto en mí el primero de los requisitos de la lista.
-¿Es usted la encargada, señora? – tuve que aceptar como un sí su mutismo - Oh, perdone, mi nombre es J. P., he venido por el aviso y quisiera…
- Lo siento, busco a una persona que sepa leer.
- Pero señora, sé leer muy bien, de hecho llegué aquí porque leí el anuncio y creo que podría…
-Necesito a alguien que pueda entender lo que lee – fue la tajante respuesta.

En ese frustrante momento, algo me impulsó a repasar el anuncio que había recortado de la página y antes de encontrar eso que juro antes no estaba allí, reparé en mi apariencia. Había pasado la noche en un banco de plaza, mis manos estaban sucias y mis ropas seguramente no tendrían el mejor aspecto. Apostaría a que mi rostro no valía mejor presentación que mis zapatos maltrechos. Me sentí humillado y cuando encontré que el anuncio claramente exigía que el candidato se presentara pasado el mediodía me sentí también confundido y avergonzado. Mi estómago nuevamente, gruñía, y entendí por qué me había anticipado tanto y cómo había sido posible que no hubiese visto el detalle del horario.

-Perdone usted, señora, tenga buen día – dije levantando un palmo mi sobrero y reteniendo mis lágrimas de vergüenza por el estado de desesperación al que sin notarlo había llegado.

La puerta volvió a cerrarse de súbito, tan cerca de mi nariz como lo había estado mi mano de esa nariz aguileña de la anciana, pero antes llegué a observar un extraño destello de satisfacción en sus ojos grises y una vitalidad que por un instante transfiguró sus cabellos apagados y su pequeña silueta. En otras circunstancias y en otra persona hubiera dicho que se trataba de la manifestación de alguien noble, que ha realizado un hallazgo maravilloso, pero ante los hechos, sabía que era el resultado de un corazón más frío que el cielo que esa noche volvería a cobijarme.

Giré mis talones y pasé el umbral. Mis ojos volvieron a la ventana y allí estaba, observándome marchar, sin ningún tipo de expresión ni piedad.

Antes de cruzar la primera esquina encontré un libro.
Estaba a mitad de la calle, abandonado, así que lo tomé salvándolo de uno de los carros que se aproximaba. El lugar estaba prácticamente desierto y no había nadie que hubiese tomado alguna dirección por la cual pudiera presumir que el libro le pertenecía. Sin embargo, por el estado de la tapa y lo poco mojado que se hallaba a pesar de la persistente llovizna, no podía llevar allí más que unos pocos minutos. Era pesado, de recuadros dorados sobre la tapa roja, lo abrí y descubrí una cantidad de grabados que hablaba de su excelente calidad y del buen precio que podría tener en el mercado. Con un poco de suerte obtendría un par de noches bajo techo y las comidas decentes de dos días también. Repasé distraídamente sus páginas ya saboreando mi almuerzo y la ironía de que se me cerrasen las puertas de la biblioteca y luego se me abrieran las de un bar por un elemento tan fuera de lugar, cuando llegué a la primera hoja donde encontré un sello simple y que encerraba una gran “C” entre algunos fileteados. Justo como el que había visto en el umbral de la anciana. Las tripas volvieron a retorcerse y ahora sumaban la rabia al hambre. Y de nuevo tuve que secar mis ojos para poder leer el título: “El Club de los Libros Perdidos”, como un insulto hecho justamente para mí, que aún maldiciendo, no podía dejar que se perdiera, y colmo de las humorismos sin gracia, me vi volviendo mis pasos hasta la puerta de la anciana, relegando mi hambre y frío a una obra que ni siquiera sabía si lo valía.
Volví a llamar a su puerta y volvió a hacerme esperar.
-Usted – fue la lúcida observación que hizo al verme otra vez.
-Encontré esto – le dije y espeté con todo el tono sarcástico que mi maltrecho orgullo me permitió -, las mejores bibliotecas que he conocido, usan los anaqueles tradicionales.

Su mirada reflejó un profundo odio y a la vez una satisfacción que se me antojó enfermiza, pero no dijo nada. Me volví, sintiendo que había recuperado a cierta porción de mi amor propio, y estaba llegando a la calle cuando me llamó.
- Joven, venga aquí.
Nuevamente anduve esos pasos hasta su lado, teniendo la vaga idea de que quizás ese paseo se repetiría todo el día.

-Lamento mi anterior bienvenida. Los libros tienen cada vez menos amigos en estos días, y no ha de confiarse en cualquiera que toque a la puerta, entenderá –asentí sin ánimo -. Pero pase usted, le prepararé un té y unas galletas, mientras hablamos de sus aptitudes. Estos tiempos son peligrosos para los libros y pronto las calles lo serán para nosotros también…

Hizo un gesto, que por primera vez guardaba un atisbo de afabilidad, y entré.

- Mi nombre es Señora Agatha – dijo mientras me sentaba obedeciendo a una seña suya, y empecé a sentir el dolor de la sangre que volvía a circular por mi cuerpo, adaptándose al calor de la biblioteca -, y cumplo uno de los más maravillosos oficios en el mundo, un mundo que no merecería tal nombre si no existiesen las bibliotecas – asentí, yo podía aceptar eso, y ella agregó apoyando el libro que había encontrado sobre la mesa -. Gracias por traerlo de vuelta, creo que usted y yo llegaremos a entendernos. Pero de aquí en más, necesitaré que no se dé por vencido al primer intento, sepa que me merece tan poco respeto quien juzga o se juzga por las apariencias, como quien elije un libro por su portada.




Álbum:La Sociedad del Club de los Libros Perdidos

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viernes, 26 de octubre de 2012

HAY UN DÍA FELIZ

A recorrer me dediqué esta tarde 
las solitarias calles de mi aldea 
acompañado por el buen crepúsculo 
que es el único amigo que me queda. 
Todo está como entonces, el otoño 
y su difusa lámpara de niebla, 
sólo que el tiempo lo ha invadido todo 
con su pálido manto de tristeza. 
Nunca pensé, creédmelo, un instante 
volver a ver esta querida tierra, 
pero ahora que he vuelto no comprendo 
cómo pude alejarme de su puerta. 
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas 
ni sus viejos portones de madera. 
Todo está en su lugar; las golondrinas 
en la torre más alta de la iglesia; 
el caracol en el jardín; y el musgo 
en las húmedas manos de las piedras. 
No se puede dudar, este es el reino 
del cielo azul y de las hojas secas 
en donde todo y cada cosa tiene 
su singular y plácida leyenda: 
hasta en la propia sombra reconozco 
la mirada celeste de mi abuela. 
Estos fueron los hechos memorables 
que presenció mi juventud primera, 
el correo en la esquina de la plaza 
y la humedad en las murallas viejas. 
¡Buena cosa, Dios mío!, nunca sabe 
uno apreciar la dicha verdadera, 
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca. 
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice 
que la vida no es más que una quimera; 
una ilusión, un sueño sin orillas, 
una pequeña nube pasajera. 
Vamos por partes, no sé bien qué digo, 
la emoción se me sube a la cabeza. 
Como ya era la hora del silencio 
cuando emprendí mi singular empresa 
una tras otra, en oleaje mudo, 
al establo volvían las ovejas. 
Las saludé personalmente a todas 
y cuando estuve frente a la arboleda 
que alimenta el oído del viajero 
con su inefable música secreta 
recordé el mar y enumeré las hojas 
en homenaje a mis hermanas muertas. 
Perfectamente bien. Seguí mi viaje 
como quien de la vida nada espera. 
Pasé frente a la rueda del molino, 
me detuve delante de una tienda: 
el olor del café siempre es el mismo, 
siempre la misma luna en mi cabeza; 
entre el río de entonces y el de ahora 
no distingo ninguna diferencia. 
Lo reconozco bien, éste es el árbol 
que mi padre plantó frente a la puerta 
(ilustre padre que en sus buenos tiempos 
fuera mejor que una ventana abierta). 
Yo me atrevo a afirmar que su conducta 
era un trasunto fiel de la Edad Media 
cuando el perro dormía dulcemente 
bajo el ángulo recto de una estrella. 
A estas alturas siento que me envuelve 
el delicado olor de las violetas 
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza. 
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces 
no podría decirlo con certeza; 
todo está igual, seguramente, 
el vino y el ruiseñor encima de la mesa, 
mis hermanos menores a esta hora 
deben venir de vuelta de la escuela: 
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo 
como una blanca tempestad de arena!
Nicanor Parra (Chile,1914-) 


martes, 23 de octubre de 2012

ASÍS - PERUGIA - ITALIA











Assisi es una pequeña ciudad de la región Umbria, en la provincia de Perugia, en le centro de Italia; el centro urbano se encuentra aislado en la cumbre de una colina, en el medio de verdes prados. Es mundialmente conocida porque aquí nacieron, vivieron y murieron San Francisco y Santa Clara: por eso, los excepcionales acontecimientos de sus vidas, y la difusión de la ideología francIscana, constituyen el rasgo más particular de la ciudad , que ha llegado a ser nombrada centro de espiritualidad y de la paz. Este papel de “Ciudad de la Paz” se concretiza cada año  en una marcha para la paz en el mundo. La ideología francIscana se destaca también en los edificios,en el burgo medieval.


























Assisi se conoce como destino turístico pero sobre todo como destino de peregrinación; los peregrinos llegan aquí ya desde hace varios siglos, desde cuando se construyeron las tres grandes basílicas : la de San Francisco, la de Santa Clara (ambas del siglo XIII) y la de Santa María de los Ángeles, a las orillas del centro ciudad (construida en el siglo XVI). Los antiguos pueblos de Santa María de los Ángeles y de Petrignano están ubicados en la llanura y , al contrario del centro de Assisi, en los años se han expandido en centros industriales.

Por mi parte y con mi poca experiencia, este lugar es un lugar encantado, lleno de paz, en donde se respira alegría, esperanza, amor y buenos modales.

El las dos Basílicas, se notan y se sienten los valores franciscanos. Lo más emotivo fue ver la tumba de San Francisco de Asís, abajo, lleno de silencio. Acompañan sus restos sagrados, sus cuatro seguidores más fieles y más sonantes. Estar allí es una sensación inexplicable, estar cerca del seguidor más fiel a Cristo, de la más grande humildad en la Tierra, de la bondad más pura, hicieron que la sensación de Paz sea inolvidable.





En Asís, también está el Templo de Santa Clara, fiel seguidora de Francisco y enamorada de su fé, de su persona y de su amor al mundo. Nadie como ella sabe que su corazón latía a la par que el suyo, por amor a los pobres.

Construida entre el 1257 y el 1265, conserva los restos de la santa; su importancia se entiende de su ubicación en el centro ciudad, dentro de las murallas. Aquí también, en la simple y elegante fachada de piedra blanca y rosa destaca el rosetón central. Al interior están conservadas preciosas obras de arte, entre las cuales el crucifijo que según la tradición habló a San Francisco en su conversión. En la cripta se encuentra la tumba de Santa Clara.
Mas abajo, el Templo de San Damián, lugar en donde Francisco levantó la iglesia destruida, espiritualmente el mensaje fue levantar la Iglesia, reivindicarla, ponerla en alto, amarla, reencontrarla.


Olivos a los costados de los caminos de Asís.