Domingo 04 de septiembre de 2011
Reflexiones
Por Teresa Batallanez - LA NACION
Es de noche en Barrio Norte y un grupito de adolescentes pasa por la vereda con botellas de cerveza en mano. Van gritando, insultando, escupiendo. Llevan los pies descalzos, la postura encorvada y silban un canto de cancha. Avanzan a los golpes en lo que parece una mezcla de juego y agresión. Son todas mujeres. Chicas que viven por ahí. Que llevan jeans de marca y el rodete alto, que está de moda. Caminan probablemente resguardadas en esa pose masculina que las aleja de cualquier percepción de fragilidad.
Tal vez sus madres, sus tías o sus cantantes favoritas enfrentan el mundo con la misma actitud de mujeres de pelo en pecho, tentadas por la falsa creencia de que les servirá para ganar autoridad, poder o respeto. O por simple pose transgresora que les permite distanciarse de la estereotipada imagen de mujer naif.
El desprestigio de la feminidad no surge como reacción al culto por la belleza sino más bien como fruto del desprecio -o tal vez de la frustración- que provocan cualidades como la sensibilidad, la dulzura, la delicadeza en todas sus formas. El bombardeo contra esos valores es constante: las publicidades se empeñan en endiosar mujeres con pose y ropa masculinas (y entre varias modelos hasta está de moda afearse); los canales de TV suben su rating cuando las muestran aguerridas, indomables, irreverentes. En algunas empresas corren con ventaja las que frecuentan el maltrato, las que no se conmueven más que con sus propios logros, las que miran sólo al frente y jamás a los costados. Según cuentan, en algunos colegios las líderes de los equipos de hockey son las que pegan palazos y tienen amenazada a buena parte de la clase.
En muchas circunstancias pareciera que lo femenino cayó en desuso, que es cursi o que pasó de moda. Que si no se es del estilo masculino te pasan por encima. Y tal filosofía no impera sólo en el mundo de los negocios y de las profesiones ni sólo a la edad madura. Impresiona ver cómo se transmite esa idea hasta a las mujeres más chiquitas. Antes, el peor insulto para una niña en el jardín de infantes era que le dijeran varonera.
Hoy muchos padres alientan y festejan el costado masculino de sus hijas, desde el modo de vestir hasta los modales, los juegos y la agresión para defenderse. Algunos se jactan de cómo sus hijas tienen atemorizados a los chicos de su misma edad. En ese contexto no llama la atención ver a la pequeñísima hija de Brad Pitt y de Angelina Jolie, dotada de la misma belleza de sus padres, luciendo pelo cortísimo, pidiendo que la llamen como varón, y que la vistan y la traten como tal. Lo cual obtiene sin ningún reparo.
Tampoco sorprende que Natascha Kampusch, la chica que pasó mas de 3000 días secuestrada por un abusador, y a la que sobran motivos para su distorsión perceptiva, diga luego de ver el mundo tras el encierro: "Con mi cuerpo no me siento nada bien. Me gustaría ser un poco más grande, fuerte, masculina. Como hombre se tienen menos problemas físicos... y se pueden hacer más cosas."
Una lástima que ya no se inculque ni exalte la feminidad. Porque no se trata de vestidos lindos ni de cabellos sueltos, sino de gestos, modales y actitudes teñidos de una delicadeza y de una gracia especial que proceden de la finísima sensibilidad propia del género. Tono suave no es sinónimo de inseguro. ¿No tiene acaso más autoridad una mujer que logra posicionarse sin necesidad de levantar su voz? Arreglarse y procurar un aspecto agradable no es sinónimo de superficialidad ni de pretender seducir para lograr por esa vía lo que cuesta más por otra. Más bien refiere a una armonía donde la estética se complementa con los valores que se llevan puestos. Expresar los sentimientos, usar la intuición, ser comunicativa, no son sinónimos de sensiblería, no inhiben la razón ni convierten a las mujeres en charlatanas. Por el contrario, sus cualidades emocionales y expresivas alientan el entendimiento, la coherencia y una percepción más integral de cualquier análisis.
La mujer femenina es en todos los casos una belleza. Que habla, que se mueve y que se expresa de manera inspiradora de suspiros y de admiración.
La autora es periodista de la Redacción de La Nacion .
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