Hace algunos años, en una parroquia muy cercana a mí, en una de las misas el sacerdote comenzó a hablar de la permanencia de las personas en otras, de qué forma un ser puede mantener en pie al otro, aún ya no estando. La homilía se fue extendiendo y la terminó poniéndole un broche muy especial, la unió a un relato que me llegó al alma.
"Había una vez, dos estudiantes de la universidad, que siempre se encontraban a la mañana, para ir juntos, caminando, hasta sus clases. El muchacho pasaba a buscar a la chica y de allí partían a la facultad. Todos los días hacían el mismo camino, que incluía atravesar una plaza en diagonal, por su camino central. Todos los días, por el mismo camino, en un mismo banco, había una viejita muy pobre, que siempre extendía su mano para pedir limosna. La chica, que ya sabía que siempre la señora estaba allá y apiadándose de su pobreza y demás necesidades, armaba un paquetito con comida para darle todos los días cuando se la cruzaba en la plaza. Ella le agradecía de muy buen ánimo.
Pasaban los días y en uno de ellos a la joven estudiante se le presentaba una duda y le preguntó a su compañero:
- ¿Por qué nunca le traés algo a la señora para que se alimente, no te apiadás de ella, no sentís, al verla, que está pasando necesidades, no te conmueve?
El muchacho, reaccionó y prometió que al otro día le iba a traer algo.
Así fue como a la otra mañana emprendieron el viaje y al llegar al cruce con la viejecita, él saca de su mochila una rosa y se la etrega. La señora al tomarla, se le llenan los ojos de lágrimas, le sujeta las manos al muchacho y se las besa.
Al otro día, al volver a pasar por el mismo camino, en ese banco de la plaza, la señora ya no estaba. Sorprendida, la chica, deteniéndose en el lugar, muy preocupada, piensa en voz alta y dice:
- ¿De qué vivirá ahora esta señora?
Rápidamente, el muchacho responde: -De la rosa."
Cómo un simple gesto, nos puede mantener toda una vida, impidiéndonos caer. Es tan simple y hermoso...
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