Vencida, la legión de los dioses
me sentencia a una voz agrietda.
Hacia el crepúsculo, nada.
Jeanne d`Arte; Regards et papiers; 1877.
El Grito
Ella se disipó entre las paredes del letargo.
Nadie la oye.
Una voz reza sin pausas y Dios no la oye.
Ella es una grieta, un error.
Está quebrada, enloquecida,
casi un pedazo del infierno que emerge.
Porque es vasta y real.
Por eso me alarma.
La Loca
La luz la ilumina de una manera despidada.
La calle, una calle nos separa, pero la distancia está multiplicada por el sueño, por el horror del sueño.
Es una mujer aunque ya casi no es nadie.
Su cuarto podría estar custodiado por un cortina, por una vieja celosía o por un pedazo de seda mal amarrada: pero desde aquí puede verse la ventana íntegra, transparente, llena de luz.
Agoniza. Se mueve nerviosa, penosamente.
Tarde, es muy tarde.
El amanecer está por apresarnos. La ciudad entera sepultada en esta noche de vasta luna.
Ella sola, exhibiendo su final porque quiere que Dios, algún dios, cualquier dios la vea y le ofrezca, entre todos sus letargos, uno de su propio linaje.
Tirada, tirada sobre la cama caótica.
Una frazada sucia de malas noches la cubre como si pudiera protegerla de la inminencia de la muerte.
Se mueve, gira sobre sí. No piensa, no recuerda. No hay otros muebles que esa cama terrible y el reflector impiadoso que la calcina y la muestra.
Hace muchas noches que la escena es la misma: febril, agónica. Acaso espera que la tanta luz distraiga sus pesadillas -que son, ya lo dije, escandalosas- o que la luna la conjure y la salve.
Durante el día el sol la apresa y eso le basta. Acaso un ligero anticipo del infierno.
La gente la rodea de soledad y ella, lo sabe, está sola.
La austeridad de ese cuarto final. Es en esa austeridad que espera la visita del último ángel.
Algo ha destrozado el habitual lujo burgués de la casa y del resto del exclusivo barrio judío.
Sufre con silencio, con calma, como Job. Espera la muerte con ansias.
...
Daniel Herrendorf, El Sueño de Dante
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