Ese profundo celeste que puso por encima con la mano derecha era el Cielo. Y levantó Dios la mirada y se extasió y hubo lágrimas de amor en sus ojos.
Y lloró.
Nunca sabremos qué pensó para llorar cuando vio el Cielo; tal vez recordó su temible falta de recuerdos y no lloró por una vieja memoria sino por no tener memorias viejas.
Pero aquí se detuvo y pasó al segundo día.
Y no durmió porque el Cielo era hermoso.
IV, Génesis
Daniel Herrenford, El Sueño de Dante
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