Y aunque se dio cuenta de que estaba diciendo cosas nuevas, siguió su enorme labor porque ese día Dios estaba muy molesto.
Sintió que estaba guardándose para sí todo lo que sabía –que era todo lo que podía saberse- no tenía a quién contárselo para que lo preservara y lo contara para siempre.
Entonces se dedicó a decir todas las cosas que sabía, y cada vez que decía algo lo guardaba en un estuche azulado de tierra plácida con forma llamativa.
Y a cada estuche le puso luz para que su secreto se viera, y los fue colocando en los lugares más altos del Cielo para que no pasaran inadvertidos.
Cuando terminó levantó la vista y vio que había llenado el Cielo con luces azule que guardaban secretos maravillosos.
Y con la piel erizada por ese espectáculo asombroso, dijo “esas luces parpadearán para que todos las sepan”.
Y las estrellas parpadearon.
V, Génesis
El Sueño de Dante
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